domingo, 25 de noviembre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (y 6)

Rey alargó con brazos muy despacio, la rodeó con la misma decisión que si estuviera intentando atrapar una pompa de jabón y con la fuerza de una pluma de gorrión cayendo desde un árbol, estampó un suave beso en los carnosos labios que ella le ofrecía. Trista, a quien la decisión que mostraba él le pareció digna de un convento de clausura, entendió al fin que el muchacho necesitaba un ligero empujón, le rasgó la camiseta tirando del cuello, comenzó a acariciarle el pecho y la espalda y le enseñó en tres movimientos básicos la técnica de la perforadora: con la lengua le separó los labios, luego los dientes y para rematar sometió a la lengua de él a una danza copiada de las cobras de la India. A los cinco minutos de tratamiento Trista empezaba a entonarse y Rey caminaba por el Paraíso.

Animado por el ejemplo que acababa de recibir, trató de hacer lo mismo con el chándal de ella pero se le enganchó una uña con la cremallera y se hizo un pequeño corte en el dedo.... Además, las pequeñas heridas de su retaguardia hacía que cada movimiento fuera un calvario para Rey y dificultaban su concentración. Por eso decidió lanzarse a la piscina y aparentando una decisión que no sentía, susurró:

- Arrodíllate... por favor. La sorpresa paralizó de momento y, por un segundo, se arrepintió de haberse presentado en aquella casa. Al fin, su adorador no era más que un hombre pendiente exclusivamente del egoísta amigo que le habitaba entre las piernas. Y rapidillo, por lo que se veía. ¡Hala, al meollo del asunto y hasta luego...! Contradiciendo por una vez su instinto femenino se arrodilló delante de Rey que, en un movimiento absolutamente inesperado, se puso de pie, la rodeó y se colocó también de rodillas a su espalda, poniendo una de sus piernas entre las piernas de ella e invitándola a que apoyara la  espalda sobre su pecho.

Con delicadeza, le apartó el pelo de la nuca y comenzó a besarla con una intensidad desconocida hasta ese momento, recorriendo con labios y lengua el cuello arriba y abajo, rodeando cada oreja de abajo a arriba, mordisqueando, chupando y lamiendo como si se hubiera encontrado el maná de la Tierra Prometida. Entonces, paró  de improviso, cogió una de las vendas que habían quedado en el suelo tras la cura de urgencia y le cubrió los ojos de forma que no le permitía ver nada. 

Rey le bajó la cremallera y le quitó la chaqueta del chándal con lentitud, como a cámara lenta; luego cogió las tijeras de las curas y le rajó los pantalones por ambos lados. A Trista solamente la cubría el pequeño slip brasileño color piedra y la venda sobre los ojos, se sintió vulnerable y pensó fugazmente en las partes de su cuerpo que deberían estar más arriba, más tensas o más tersas, aunque lo que vino después se comió sus dudas estéticas en un abrir y cerrar de dedos. Él, con una camisa hecha jirones y un boxer que amenazaba estallar por las costuras, recordó las lecciones de Arte que le habían explicado el canon de la belleza y comprendió todas las explicaciones en un vistazo

El tímido y apocado amante que se sobresaltó con la fuerza del primer beso, había pasado a manejar la situación y la conducía con seguridad en una dirección que prometía agradables y apetecibles sorpresas... 

En el botiquín había también una botella de aceite de romero. La cogió, se empapó las manos y dejó correr varios chorros por la espalda y los pechos de su excitada pareja. Extendió las palmas y empezando desde los hombros, repartió el aromático líquido eliminando los regueros que recorrían su torso desnudo. Cuando toda su piel brillaba y olía a romero y sudor dulce, metió las manos bajo la escueta braguita y recorrió con movimientos circulares sus nalgas, de dentro hacia fuera, de fuera hacia dentro y luego de abajo arriba y de arriba abajo, una y otra vez, sin hacer fuerza, pero marcando cada centrímetro que recorría.

Trista sentía como el calor crecía en su nuca y una pequeña, al principio, llama de energía se encajaba en la base de su espalda; al tiempo, manoteaba intentando acariciar a Rey sin lograrlo y su respiración aumentaba en frecuencia e intensidad. Fue cuando él le lazó las muñecas con otra de las vendas de la caja.

Volvió al punto donde lo había dejado y sus manos aletearon por todo el contorno del cuerpo de ella tal como había hecho en sus duermevelas de las últimas semanas. Había imaginado tantas veces los pliegues, cada pequeño escondite, poro o cicatriz, que no necesitaba guiarse por otro sentido que su tacto. Aún así, le maravilló la suavidad de la piel que tocaba. Teñida de color y calor por efecto de las caricias, las yemas de sus dedos la recorrían como si pasara sobre pétalos de rosa o un arroyo de agua templada los envolviera. Apoyado en las caderas, subía por sus costados hasta las axilas, se desplazaba hasta el centro de la columna y bajaba parándose en cada vértebra como si fueran peldaños; al llegar al final, sus manos se hundían en el pequeño valle que marcaba el principio de la curva de sus glúteos.

Explorada aquella parte, las manos de Rey giraron en la cintura y se posaron en su vientre. Una subía al tiempo que la otra bajaba, dibujaba círculos, espirales, ascendía por encima del ombligo y descendía hasta el borde del pubis. Ella jadeaba y en un fogonazo le vino a la mente un libro que había leído y hablaba no sé qué de despertar a una diosa; se acordaba también de un amigo holandés de tres velocidades que guardaba en el cajón de la mesilla de noche. Ni libro, ni amigo holandés. Aquel muchacho bisoño que la miraba embelesado a través del patio de luces, tenía manos de cirujano, dedos de pianista y, por lo que notaba a través de la ropa, instrumento de saxofonista.

Mientras, el muchacho bisoño sentía como toda su sangre palpitaba en una carrera frenética por llegar al centro de su cuerpo. Gruesas gotas de sudor hacían carreras sobre su piel y se mezclaban con la transpiración de la mujer. Al encontrarse las gotas, la luz de la habitación dibujaba pequeñas chispas en el aire. El ritmo de las respiraciones solamente se dejaba de oír cuando hablaban los besos y subía y bajaba conforme las manos de él y la piel de ella iban avanzando en la danza del placer compartido.

Cuando el ombligo y el vientre de Trista amenazaban con entrar en ebullición, las manos de Rey empezaron a avanzar en clara línea ascendente. Ella arqueó la espalda sintiendo por anticipado lo que iba a llegar. Efectivamente, con las palmas hacia arriba, cada una de sus manos llegó desde abajo a la ladera de sus senos. Como el orfebre que está modelando una figura de oro caliente, los dedos recorrieron los pechos milimétricamente, sin dejar un mínimo resquicio sin explorar. Sabiendo muy bien qué hacer, en algunos puntos presionaba con sus yemas, en otros se abrazaba a ellos con la mano abierta, dibujaba líneas y elipses apenas con un roce de sus uñas sobre las coronas rosadas que protegían los pezones...

Parecía que el tiempo se había detenido a observar el baile de los amantes. El cuerpo de la chica asemejaba un chelo de gráciles formas que él abrazaba, acariciaba, rozaba y pellizcaba para deleitar al mundo con los callados sonidos de los suspiros y gemidos de ambos. La intensidad de los movimientos crecía paulatinamente y los dos cuerpos parecían fundirse en uno solo cuando Rey  bajó sus manos hasta las rodillas de Trista, ascendió por la parte interna de sus muslos, que ardían como antorchas húmedas y descendió para volver a subir y a bajar y a subir y a bajar. ¿Éste hombre se va a quedar ahí? En cada fricción, los muslos de ella se habían ido separando un poco más, hasta dejarle el camino expedito. Cuando sus dedos, que parecían haber cobrado vida y actuar al dictado de una llamada atávica, se zambulleron en el pequeño estanque que había brotado entre las piernas de Trista y se internaron hasta el centro mismo de su deleite, ella tensó todos sus músculos y sintió que la hoguera que ardía en sus entrañas explotaba y llevaba descargas hasta las puntas de los dedos de sus pies y sus manos y hasta la raíz misma de sus cabellos, provocando pequeños espasmos que se expandían en círculos desde el punto que masajeaban los dedos de Rey. Ni siquiera el amigo holandés la había llevado tan alto. Y eso que todavía faltaba la guinda del pastel...

- Desátame, alcanzó a decir cuando sus jadeos empezaron a normalizarse. Para estar en igualdad de condiciones, ahora tú te vas a correr.

Fuera por lo autoritario del tono de voz, fuera por la ausencia total de sangre en el cerebro del mozo -cosa lógica, ya que el purpúreo líquido era esencial en aquel momento para dar vida a otra parte del cuerpo-, no pilló muy bien la intención de la frase. Con cara de resignación y de no entender muy bien lo que se esperaba de él, cogió unos vaqueros y una camiseta del armario, se los puso a la velocidad del rayo y en menos que canta un gallo salió de la habitación y del piso. Trista era la que ahora no entendía nada, desmadejada en el suelo por el fragor de la reciente batalla y paralizada por los derroteros que tomaba el asalto sexual.

- ¡...aaannnnnnaaaaaaaa! ¡Te quierooooooooooo!, le pareció oír a través de la ventana del cuarto. No es posible... Al tercer alarido ya se había convencido que todo era posible con su nueva pareja: al asomarse a la ventana, vio a Rey dando vueltas al patio de luces, corriendo con toda la fuerza que desarrollaban sus piernas. 
- ¿Era ésto lo que querías?, le chillaba desde abajo mientras adornaba la carrera con cabriolas a la manera de Rumpelstikin, el enano saltarín.

Sonriendo complacida, Trista pensó que aquello parecía el principio de una larga relación y si no lo era, ¡qué diablos!, al menos era un buen principio. También pensó que le gustaba más como sonaba Anna para diminutivo de su horrible nombre. Y pensando en lo que iba a hacerle cuando acabara con la demostración atlética, murmuró:

- ¡Cómo me asombras, Rey!

martes, 20 de noviembre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (V)

¡Por fin! Después de muchas aventuras, nuestros dos protagonistas se encontraban cara a cara, sin pizzas, tendederos o patios de luces entre ellos. La verdad, el encuentro no pasará a los anales de la historia romántica de la Humanidad: Trista, con las prisas y el susto del desastre intuido en la casa del vecino, se había tirado encima un chándal de propaganda -Ron Negrita es lo que te excita- de color azul eléctrico y que le sobraba por delante, por detrás y por los lados; Rey se adornaba con una camiseta negra que blandía orgullosa el lema No necesito sexo, el Gobierno ya me jode bastante y un boxer de topitos rosas por delante y de trozos de cristal traspasando topitos rojos por detrás. A él, ella le pareció preciosa. A ella, él le pareció un eccehomo.

- Hola, me llamo Tristana, aunque todo el mundo me llama Trista.
- Yo, yo, soy Juan Carlos, pero me llaman siempre por mi apellido, Rey. Hasta mi madre lo hace...

Mal empezamos. Primera vez que nos vemos y ya me está hablando de su madre.... ¡¡Coño, qué hago mentando a mi madre...!!

- He venido a ver si sobrevivías al golpe, jeje. Su sonrisa iluminó el descansillo de la escalera en el mismo momento en que se apagaba la luz comunitaria. Rey notó un perfume a amapolas y madreselvas que se extendía alrededor de Tristana -¿qué nombre más raro, no?-, pero no era más que una ilusión olfativa, porque la vecina de arriba cocinaba una coles de Bruselas que apestaban a todo el vecindario.

- ¿Me vas a invitar a pasar o seguimos hablando a oscuras y con este tufo a repollo de acompañamiento?
- No es repollo, son coles de Bruselas. ¡Dios! Pero qué bobo soy. Perdona, pasa por favor.

Pasaron al pequeño salón, Trista pensando que estaba perdiendo lastimosamente el tiempo y Rey boqueando como un pez al que han sacado súbitamente del estanque. Se quedan unos segundos de pie, mirándose y acaban sonriendo. Él con cara de bobo. Ella con pequeñas chispas en los ojos. 

Ella se sienta mirando divertida a su alrededor. Desorden, folios de papel garabateados por todas partes -desparramados en la alfombra, grapados a las paredes, encima de los muebles- y estanterías llenas de libros desde el suelo al techo, con algún hueco para fotos gigantes de "El Señor de los Anillos".... Hum....¿friki?

Rey se queda de pie, confuso, arrepentido del desorden en el que vive y de los póster de Légolas, Aragorn y demás miembros de la Comunidad del Anillo. Duda si sentarse, invitarla a tomar algo o darle un beso que la deje sin habla. Esto último le pasó una milésima de segundo por la cabeza pero se arrepintió en el mismo instante... Una mujer cómo aquella...

- Si no dejas de mirarme las tetas te pego un guantazo que te vuelvo las orejas. Trista nunca se había caracterizado por su diplomacia.
- Per..per...per..do..na. El apuro que le provocó el momento, la certeza que su amada iba a salir por piernas de su casa y nunca más le permitiría acercarse a él, le provocó un estado cercano a la estupidez momentánea que le llevó a sentarse de golpe en el sillón al lado del sofá en el que estaba Trista.

El coyote cuando se le escapa el correcaminos no aúlla con menos intensidad que el pobre Rey cuando sus nalgas se apoyaron en el sillón y colocaron un poco más dentro de su carne los trozos del cristal de la lámpara que aún formaban parte de su atuendo. Más sangre y el pobre muchacho al borde del desmayo. Inmediatamente Trista se hizo cargo de la situación. Para algo era Jefa de Personal de El Corte Inglés y había pasado todos los cursos de prevención de riesgos laborales. Pidió vendas, agua oxigenada, gasas y yodo, hizo que Rey se tendiera boca abajo en el sofá, le quitó la camisa, le bajó el boxer e inició una cura de urgencia. La verdad, nunca quitarle la ropa a un hombre había tenido menos de erótico.

Aunque, bien mirado y sin dejar de prestar de atención a la cura, el mozo tenía un trasero bien torneado y sorprendentemente !depilado¡ Sin ser un Adonis, Rey tenía un cuerpo atractivo que carecía de músculos al uso -la única tableta de chocolate que había en la casa estaba en el frigorífico- pero que formaba un conjunto armonioso y agradable.

Mientras se remendaba poco a poco su piel -heridas más escandalosas que peligrosas-, el orgullo masculino de nuestro protagonista flotaba en uno de los niveles más bajos de su historia, codeándose con su autoestima. En realidad, solamente el día que su profesora de Inglés le sorprendió dibujando corazones en su cuaderno al lado del nombre ambos había caído tan bajo. Echado en un sofá, medio en pelotas, al lado de la mujer de su vida y con el culo como un queso de gruyere... Y la eterna aspiración de ir al gimnasio una y otra vez abandonada: el período más largo pasado en un centro deportivo eran los seis meses del año pasado, pero se limitaba a las dos horas semanales que le pagaban para instalar el software en los ordenadores de la oficina. Y a sus músculos no les había aprovechado nada.

Después de unas manitas de agua oxigenada, unas pinceladas de yodo y un par de gasas, el ego seguía supurando pero el trasero de rey estaba mucho mejor. A él le permitía sentarse con un poco de dignidad en el borde del sillón y a Trista le había brindado un nuevo punto de vista sobre su desconocido vecino. Punto de vista que mejoraba varios puntos la pobre impresión con la que había comenzado la velada.

A pesar de todo, la situación estaba completamente bloqueada. Aquel tío la sangre de horchata o no se iba a decidir nunca a ofrecerle otra cosa que no fueran miradas de cordero colgado de un gancho por los corvejones o suspiros lánguidos entre miradas furtivas a los puntos calientes de su anatomía... Para más incordio, los ojos de él bizqueaban entre trasero y delantera, precisamente las dos partes de su cuerpo de las que estaba menos satisfecha, por ser un poco generoso en la apreciación. Más bien renegaba constantemente de ellas, más grandes de lo que hubiera deseado, un pelín fuera del canon top model imperante y con una peligrosa tendencia a volver a la madre tierra, esto es, a irse hacia abajo. Si hubiera sabido los deseos y adjetivos que sugerían a su extraño vecino, además de sentirse mucho mejor consigo misma, se habría reído a carcajadas durante varias horas.

Después de unos cuantos minutos de titubeos, Trista se puso el mundo por montera, fijó sus pupilas en las de Rey -que aún se preguntaba si había sufrido una alucinación ya que no eran tan verdes como recordaba- y pronunció una frase que abría una nueva etapa en su relación.

- ¿Es que no vas a acercarte a mí en toda la noche? La habitación se llenó inmediatamente de un penetrante aroma a hierbabuena y azahar que envolvió a Rey como una nube y lo desplazó levitando hasta sentarlo, suavemente que las heridas no estaban cerradas del todo, a escasos centímetros de su amada.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Lo que me pide el cuerpo

Mis amables lectores me demandan un continuación para la historia de amor de esos dos personajes tan entrañables con los que hemos intimado, Trista y Rey. En breve sabremos los caminos que recorre su relación, pero hoy el cuerpo me pide otra cosa, me pide que cuente otro tipo de historia mucho más cercana y que tiene poco de agradable.

La idea me la ha sugerido la patente proximidad ideológica que los dos grandes partidos nos demuestran cada día que pasa y que dos de sus representantes han resumido en una agudas palabras. Por un lado, Andrea Fabra diputada del PP, adornó con un estentóreo "¡Qué se jodan!" el anuncio del recorte en el importe de la prestación de desempleo; por otro, María Antonia Trujillo ex ministra de Vivienda del PSOE que intentó convencernos de las bondades de vivir en 30 metros cuadrados, acaba de publicar en su Twtitter a cuenta del tema de los desahucios que "El que tenga deudas que las pague. Que no se hubiera endeudado". Dos formas de expresarlo y una sola ideología verdadera, que el ciudadano apechugue con lo que ha elegido.

A estas dos joyas políticas les quiero contar la historia de la pareja formada por José Antonio García González y María del Carmen González García (nombres ficticios elegidos por ser los más frecuentes en España) aunque sé que ni les importa, ni la van a leer. Nuestra pareja se casó en 1995 recién estrenada la treintena, Maricarmen acababa de sacar una plaza de personal laboral en el Ayuntamiento de su ciudad y Jose peleaba por sacar adelante el pequeño negocio familiar. En 2002, después de mucho pensarlo y ante el próximo nacimiento de su primer hijo (Antonio), se embarcaron en la decisión que iba a cambiar su vida: dejar de pagar alquiler y pagar una casa en propiedad.

La decisión y luego la elección del piso costó más tomarla que lo que les llevó el papeleo de la hipoteca. Sumando un sueldo de empleada municipal a los ingresos más o menos regulares de Jose como empresario (tercera generación de comerciantes con una de esas ferreterías en las que hay de todo), algo más de dos mil euros mensuales entre los dos, les abrió las puertas a todas las facilidades del mundo a la hora de contratar su préstamo. Fueron prudentes, estudiaron opciones, mibor, euribor, carencias, intereses, pisos, pareados y chalets y eligieron un adosado de 105 metros útiles en dos plantas y garaje a veinte minutos del centro de la ciudad y ciento setenta y cinco mil euros de precio, una ganga por materiales, acabados y precios de la zona. Con el fin de  disponer de algo más de liquidez para el negocio y poder cambiar el coche, aprovechando que la Caja les ofrecía el 150% del valor de tasación de la vivienda, pidieron doscientos mil euros a veinticinco años por una cuota hipotecaria  de 1.111 euros/mes a interés variable. Total, los tipos de interés solamente podían bajar...

La vida siguió avanzando y dando vaivenes para bien y para mal. Frente a la estabilidad del trabajo y de los ingresos de Maricarmen, el negocio familiar se constipaba y mejoraba según el viento anual de la economía. En 2007, coincidiendo con el nacimiento del segundo hijo de la pareja (una niña, Carmela), la revisión de la hipoteca trajo un aumento de la cuota de 117 euros al mes; la revisión de 2008 fue peor, porque el incremento mensual fue de 122 euros. Entre 2002 y 2008 los precios en su ciudad subieron más de un veinticinco por ciento -el gasóleo, por ejemplo, nada más que 44 céntimos por litro- y la renta de la familia García González apenas sufrió variación porque sucesivos casos de corrupción arruinaron al Ayuntamiento donde trabaja Maricarmen y casi congelaron su sueldo y porque Jose cada día competía peor con los productos de peor calidad, pero más baratos, que vendían la tienda de enfrente, las grandes superficies y cualquiera que abría un local de lo que fuera.

Ante el riesgo de empacharos con tanto número (todos ellos sacados de anuarios y resúmenes de esos años), voy resumiendo. En 2010 Jose tuvo que cerrar el negocio que había abierto su abuelo porque el estrés y la tensión por la continua caída de ventas, le provocaron una bajada de defensas que le debilitó hasta el punto de provocar su baja laboral y la imposibilidad de pagar a un asalariado. Es verdad que a partir de 2008 el euribor había caído en picado, pero por no se qué cláusula de suelo en su hipoteca nunca han pagado menos de setecientos euros mensuales. Con ayuda familiar, apretándose el cinturón hasta la hebilla y agotando los ahorros de toda su vida, aguantaron gracias al trabajo de Maricarmen hasta febrero de 2012. En ese mes, el Ayuntamiento la despidió por causas económicas con una indemnización de veinte días por año.

Hoy, 19 de noviembre, tienen abierto un procedimiento de desahucio porque han acumulado cinco cuotas de hipoteca atrasadas y la Caja (que ha pasado por tres fusiones, dos de ellas fallidas y un rescate y medio con fondos públicos) les reclama 67.000 euros de principal -parte del préstamo aún no devuelta-, mas 33.000 euros que prudencialmente se presupuestan para intereses y costas. Según les ha informado su Abogado de oficio, cuando la Caja se quede con su adosado todavía le deberán dinero, porque el valor de tasación y aún menos el valor de remate no cubren el importe de la deuda que les reclaman.

Y este es el final de la historia. Para María del Carmen y José Antonio, de 47 años cada uno -ha sido coincidencia, lo juro-, parada ella (cobra 795 euros netos mensuales) y sin trabajo él (recuérdese que era autónomo, o sea, sin derechos), con dos hijos de diez y cinco años a los que les cobran por llevar el tupper al cole, el panorama no tiene brotes verdes a la vista. Ya sabemos las dos recetas para salir del pozo que se les ofrecían al principio de esta reflexión: "¡qué se jodan!" y "que paguen lo que deben"

Una de las que esto dice, cobra unos cuatro mil euros al mes, come cada día por poco más de tres euros, cobra dietas, desplazamientos -por cierto, todos le pagamos las multas de tráfico que le impongan-, tiene IPad, IPhone, ordenador portátil y conexión a internet gratis.... La otra, como ex ministra, tuvo derecho a dos años de indemnización a razón del 80% de su sueldo ministerial (entre sesenta y setenta mil euros por año), compatible con cualquier otro sueldo público o privado. Cualquiera de las dos que acumule siete años como diputada o senadora, se asegura también el 80% de la pensión máxima de nuestro sistema, aunque no cotice un solo día más.

¿Qué hacemos? ¿Seguimos yendo a votar cada cuatro años? ¿Votamos en blanco o nulo o no vamos a votar, para favorecer así a los partidos mayoritarios? Hay una iniciativa en marcha -"escaños en blanco" se llama-, que propone votar a candidatos que se comprometen a no jurar su cargo si son elegidos, con lo que supone un ahorro para nuestros sufridos bolsillos... No me parece mal del todo, pero es disparar flechas contra aviones a reacción. Si consiguen cientos de miles de votos, muchos cientos de miles, en el congreso habrá tres o cuatro escaños vacíos, nos ahorramos esos sueldos, ponemos un poco más cara la mayoría absoluta (que se calcula sobre el total de Diputados, vayan los que vayan), pero el lobby político seguirá campando a sus anchas. Y María del Carmen, José Antonio, Antonio y Carmela, y como ellos millones de españoles, seguirán esperando una solución que no llega...

Besos para ellas y abrazos para ellos.

martes, 13 de noviembre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (IV)

Al entrar en su cuarto y verla abrazada a aquel póster de gimnasio, Rey sintió una patada frontal en el plexo solar que le cortó la respiración e hizo que sus globos oculares pugnaran por sumarse a la fiesta de la habitación de enfrente. Aquella sensación horrible apenas duró unos segundos, porque se impuso su buena educación y apagó rápidamente la luz para salir del cuarto.

De vuelta al pasillo, apoyó la espalda en la pared y se deslizó hasta el suelo entre convulsiones, las que le provocaba un llanto sordo y seco que extraía gemidos de su garganta y le retorcía el alma como la garra siniestra de Sauron. Nunca supo el tiempo que pasó así. Aunque en su reloj, si lo hubiera mirado, no pasaron más cinco minutos, en su consciencia la relación con su vecina desfiló por su mente durante horas -desde el encuentro forzado por la pizza de pepperoni hasta el abrazo que acababa de presenciar- y le llevó a una conclusión aterradora: no tenía relación alguna con aquella mujer, no era más que una de sus habituales ensoñaciones para escapar de su la gris realidad que lo envolvía. Ni siquiera había cruzado una palabra con ella y pretendía algún control sobre los cuerpos que abrazaba....

Todavía aturdido por el torbellino de sensaciones que lo atenazaba, se sorprendió al oír ruidos extraños en la casa de la amada. Y esos ruidos no se parecían en nada a los gemidos del colchón que esperaba escuchar, sino a los de la cotidianeidad de los actos habituales de un single, trasteo de platos, agua corriendo, chirridos en el tendedero. Contuvo la respiración, aguzó el oído y se convenció que la vecina estaba sola en casa. 

Entre nebulosas cerebrales, se incorporó y entró con timidez en su propia habitación sin atreverse casi a levantar la vista del suelo. Al intuir un movimiento en la habitación de enfrente, alzó los ojos y, casi al tiempo, tuvo que cerrar la boca para que no se le saliera el corazón por ella. Aquel ser de fantasía que vivía en la casa de al lado se hizo humana, dijo algo entre dientes y le regaló una visión que seguro que no iba a olvidar en toda su vida: un pecho, mejor dicho, dos pechos espléndidos -al menos así le parecieron- magníficamente acabados y que le miraban entre retadores y divertidos.

El primer flash que le vino a la cabeza, amarrado a la escasa media neurona que no estaba dedicada a procesar la imagen que recibía su cerebro, era la justicia del nombre que le adjudicó ante su desconocimiento del verdadero, Nátulcien Súrion. Y es que aquellas dos maravillas, no solo desafiaban tozudamente la ley de la gravedad, se pitorreaban de ella y la ponían en solfa. 

Desafortunadamente, tan bellos y artísticos pensamientos no alcanzaron a ser más que un leve parpadeo en la inmensidad del cosmos, porque otras leyes de la física si que se hicieron patentes a lo largo de todo el cuerpo de Rey: varias tomaron vida propia y unas cayeron y otras subieron bruscamente. Entre las que cayeron, la mandíbula y el labio inferior que literalmente se descolgaron; entre las que subieron de golpe, como Rey se paró en seco con un pie en el aire, fueron los dos gemelos -la vulgarmente llamaba "subida de la bola"- los que provocaron mayor efecto. La contracción muscular hizo que el resto de miembros de su cuerpo se agregara al homenaje a la ley de la gravedad y le llevó de bruces contra el suelo, al que golpeó con sonido a hueco con su cabeza, arrastrando la mesilla de noche en su caída y haciendo añicos la lámpara que la adornaba.

El balance pues, de la fantástica visión, fue desolador. Dos gemelos contraídos, un regalo de su tía Engracia hecho pedazos -el único que tenía, porque era una rata la puñetera a pesar de estar forrada- y unos cuantos trozos de cristal clavados en aquella parte de su anatomía en la que la espalda pierde su honroso nombre. Vamos, que se le habían asentado en el culo para darle un toque más surrealista a la cuestión.

Confuso, herido, sangrante, pero aún con cara de atontado, el agudo timbre de la puerta no hizo más que añadir confusión al momento accidente. Como no esperaba visitas, ignoró la llamada las primeras ocho veces. Finalmente, la insistencia y el miedo a que todos los vecinos del bloque acudieran pensando que había muerto, se incorporó como pudo y recorrió el pasillo arrastrando los pies. Abrió en el momento en el que el anónimo llamante se tomaba un respiro y ...... ¡se encontró frente a frente con Nátulcien Súrion estirando el brazo para volver a aporrear el timbre!

domingo, 4 de noviembre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (III)

En las semanas siguientes Trista y Rey inventaron un nuevo modelo de relación de pareja: el balconeo. Varias veces al día, en concreto cada vez que Trista se tenía que cambiar de ropa por el motivo que fuera, un radar biológico se activaba en los sentidos de Rey y le llevaba a la habitación de enfrente para mirarla embobado. En realidad Rey no esperaba verla desnuda -aquello habría colmado el mejor de sus sueños y le provocaría sin duda un infarto de miocardio-, sino que se conformaba con algún milímetro cuadrado de piel de la chica que, a sus ojos, brillaba como la aurora boreal.

Para Trista los primeros días fueron un poco molestos. Al entrar en su cuarto, soltarse el cinturón o desabrocharse un botón, sentía la mirada del vecino de enfrente -todos los esfuerzos que hacía para disimular lo ponían aún más en evidencia- revoloteando a su alrededor. Bastaba con salir de su campo visual, sentándose en la cama o abriendo la puerta del armario, para ver la rendición asomarse en la cara del joven. Pasadas un par de semanas Trista esperaba divertida la repetición de la escena habitual y se enfurruñaba las escasas veces que sus regates no tenían público.

La sorpresa fue darse cuenta que los ojos del pizzero, recuerde nuestro amable y despistado lector que de esa romántica forma se había conocido la pareja, no baboseaban en la forma masculina habitual, más bien la envolvían como una tenue caricia, al tiempo con la delicadeza que se apresa entre los dedos una pompa de jabón y con la firmeza que se aferra una porcelana que tememos que se vaya a romper.

Pasaron así varias semanas y los reiterados intentos de Trista por entablar conversación nunca pudieron pasar de la forzada levantada de cejas con la que Rey contestaba a sus saludos. Aquí, entre nosotros, a él ella le daba miedo. Pensaba que una mujer como aquella lo usaría de mondadientes y luego lo escupiría lejos. Pensaba que mujeres como ésa nunca se fijaban en hombres como él. Pensaba...., vamos, pensaba siempre en positivo. Por eso se conformaba con los fugaces retazos que entreveía entre parpadeo y parpadeo: hoy un hombro, mañana el otro, al siguiente el mismo del primer día, pasado un mes el canalillo o casi toda la espalda...

De esta peculiar forma avanzaba la ¿relación? entre ellos, cuando pasó la primera prueba de fuego. Trista coincidía cada mañana en la cafetería de El Corte Inglés con un monitor de gimnasio que almorzaba su ración del alpiste a la misma hora que ella compartía un mal café con dos compañeras. Habitual de Los Ángeles Café, donde se sirve el mejor café arábica de toda la ciudad, cualquier sucedáneo con el mismo nombre con el que mancillaban su taza le parecía un insulto a su paladar. A lo que íbamos. Jos -como se hacía llamar el musculitos Adalberto Belarmino José avergonzado de su verdadero nombre- le tiraba los tejos de forma descarada desde el año anterior y, animada por sus amigas, admitía esporádicamente sus invitaciones en el desayuno.

Sin saber muy bien por qué, esa mañana dijo sí a la habitual oferta de una cena en un restaurante de moda, de esos en los que la cuenta solamente justifica el ego del chef y la decoración de los platos encubre el vacío con el que llegan a la mesa. El amigo Jos era bastante atractivo, estaba en excelente forma física y prometía el vigor necesario para compartir cama sin muchas complicaciones posteriores. Del dicho al hecho, acabaron tomando una copa en el salón del piso de Trista y después de unos apresurados besos en el sofá se encaminaron entre risas al dormitorio. Allí siguieron las caricias justo hasta que Jos se entrampó en ese arma secreta que la tecnología ha puesto en manos de las mujeres para que dispongan de una última oportunidad a la hora de elegir pareja sexual: el cierre del sujetador. Atascado Jos en aquella hebilla traicionera, Trista atisbó por encima del hombro de su torpe amante al vecino que encendía la luz del cuarto, levantaba la vista como siempre hacia ella y con un profunda expresión de dolor apagaba rápidamente la lámpara y salía de la habitación.

Aquello fue el mejor antídoto contra el polvo desde los tiempos de invención de la mopa. La libido de Trista cayó como el índice de la Bolsa de Madrid, a pesar de sentir contra sus piernas la elevada prima de riesgo que se desperezaba en su pareja. Suavemente empujó a Jos hacia atrás y, afortunadamente, él entendió el mensaje sin otra explicación que la expresión de su cara, aunque equivocó el destino de sus iras porque la besó en la frente, recogió su camisa y la americana de Armani del salón y salió maldiciendo a la tía que había inventado esos puñeteros artilugios.

Lo peor fue que a Trista no la abandonó la sensación de traición que le atenazaba el cuello desde que vio a su admirador sorprendido por encontrarla en brazos de otro. Necesitaba con urgencia que él supiera que estaba sola, que el galán se había marchado, que no había pasado nada. Trasteó en la cocina, hizo correr tres veces seguidas el agua de la cisterna, colgó un par de pantalones secos del tendedero que hacía de puente entre las dos ventanas... Nada parecía tener resultados. Se tendió en la cama entre enfadada y confundida, segura de que lo había perdido para siempre y entonces le oyó volviendo a entrar en la habitación. La alegría que la inundó por todo el cuerpo, aún la pareció más irreal que todo lo que acababa de vivir.

Sin pensar muy bien en lo que hacía se incorporó dando la espalda a la ventana, soltó con enorme facilidad lo que para Jos había supuesto un jeroglífico y murmurando entre dientes vecino, hoy es tu día de suerte, se volvió hacia la ventana de Rey vestida solamente con un slip brasileño de encaje color gris piedra. Lo siguiente fue un golpe como de madera hueca, el sonido de unos cristales rotos y la luz de la habitación de enfrente que se apagaba de manera brusca.   

martes, 30 de octubre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (II)

Haber llegado a Jefa de Personal de El Corte Inglés colmaba de sobra su ambición profesional. El sueldo y una fortuna familiar notable le permitían dar cumplida satisfacción a sus caprichos más refinados como el carísimo loft en el que vivía, un paladar de gourmet, una afición desmedida por la ropa y el calzado de diseño y mucha facilidad para subirse a un avión y aparecer al otro lado del mundo. Al tiempo, salía poco de casa y mantenía en el garaje un R11 regalo de su padre veinte años antes -trató de restaurar el R8 pero no encontró piezas para ello- que brillaba impecable como el primer día.

Por el lado de la vida social, en cambio, no podía decirse que fuera muy afortunada. Mantenía varios grupos de amigos, en sentido estricto, porque ella el cordón umbilical que los reunía y quien acababa pagando las facturas de las reuniones. Sus relaciones con los hombres, por llamarlas de algún modo, iban de peores a pésimas y atravesaba un período de reorganización emocional, preocupada por los ejemplares que se acercaban a ella casi desde su pubertad.

Su primer novio, allá por sus dieciséis, era un islandés veinteañero y con cara de gamba cocida, de paseo por Europa para gastar la pasta de los papás y que trató de convencerla que un buen orgasmo llegaba apenas quince segundos después de comenzada la faena. Le siguieron un mecánico de aviones que no fue capaz de engrasarle ni una sola pieza y un vendedor de libros a domicilio que apenas era capaz de cerrar una venta por semestre. Con los que vinieron después, el tiempo hizo una pelota de papel y los arrastró a todos hacia el sumidero de la memoria.

El penúltimo había sido especialmente decepcionante. Con un respetable contorno  torácico trabajado en el gimnasio, un cerebro proporcionalmente desarrollado conformaba un agradable conjunto: atractivo, con sentido del humor y atento a cualquiera de sus deseos, era de esas relaciones que prometían en la media distancia... para reventar con una pompa de jabón al acercarle el microscopio de la convivencia. Apenas dos meses compartieron casa, lastrados por el poco gusto de él por la higiene diaria y su obsesión compulsiva por aparcar los calcetines sudados bajo cualquier mueble de la casa.

Su última relación estaba tan reciente y dolía tanto, que aún no se permitía ni pensar siquiera en ella.

Y, la verdad, para un observador imparcial Tristana Afrodita de la Cal (su padre era un enfermizo aficionado a la mitología y no se conformó con bautizarla de esta cruel manera, sino que se encargó de popularizar el diminutivo con el que todo el mundo le llamaba, Trista) era una mujer preciosa. Con una bonita melena castaña que el Farmatint cubría de distintos colores según su estado de ánimo -ahora le había tocado al rojo violín- y unos profundos ojos color miel dorada -que en este momento disfrazaban unas lentillas verde esmeralda-, poseía las curvas precisas para que el deseo de un hombre se mantuviera en permanente estado de revista. De una inteligencia aguda y polemista, sus cualidades interiores no desmerecían en nada la envoltura que le había regalado la naturaleza.

Quizá, por ponerle un pero, su carácter presentaba un par de aristas en las que era relativamente fácil engancharse. La maldad de su madrastra y sus constantes alusiones a un imaginario exceso de peso, hacían que no estuviera muy satisfecha de su cuerpo y, quizá por lo mismo, había desarrollado una personalidad un punto autoritaria que afloraba cuando menos necesaria era.

El sábado que la vida de Trista entró en una nueva dimensión, había llegado a casa especialmente cansada del trabajo, se dio una larga ducha y encargó una de pepperoni a la pizzería del barrio. Cuando llamaron a su puerta, rescató la camisa que utilizaba cuando había que pintar alguna habitación de la casa y abrió esperando al pizzero habitual. Todavía se ríe recordando la cara de sorpresa del desconocido motorista, casco en mano, mandíbula inferior intentando cerrarse y ojos como anfiteatros hipnóticamente fijos en los suyos.   Con pocas ganas de conversación, recogió el encargo y cerró la puerta sin esperar la vuelta y sin que el muchacho hubiera sido capaz de articular palabra.

La sorpresa cambió de bando cuando le vio en la habitación de enfrente a la suya, fingiendo que estudiaba, apenas dos días después del encuentro de la pizza. Situación que empezó a repetirse todos los días, varias veces al día...

lunes, 29 de octubre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (I)


La vida de estudiante de Juan Carlos Felipe Rey (ya, ya, el nombre era un regalo de un abuelo furiosamente monárquico y con un punto de mala leche) discurría por un arroyo casi seco. Alumno desencantado de materias sin mucho futuro laboral, esclavo a tiempo parcial en una tienda de informática para completar ingresos, su panorama vital no invitaba precisamente a la alegría. El carácter introvertido con el que venía de serie, regalo genético de mamá, no le ayudaba precisamente en sus relaciones sociales y, mucho menos, en sus escasas aproximaciones al sexo opuesto. Porque las mujeres eran la pasión y el motor que alimentaba la vida de Rey -todos le llaman así- desde que tiene uso de razón. El problema es que ellas no lo sabían y los mensajes que él les mandaba, elegían siempre una longitud de onda equivocada.

Para remate de fiesta, se había quedado encastrado en la redacción de una tesis doctoral para frikis -Psicopatologías en los personajes de "El Señor de los Anillos"- y la crisis le había dejado solo en un piso de estudiantes demasiado grande, viejo, alejado de todas partes y decorado de arriba abajo con motivos relacionados con su compulsiva obsesión con todo lo relacionado con la obra de Tolkien.

En el marasmo en que se había convertido su vida de días, semanas y meses idénticos, su suerte empezó a cambiar cuando su amigo Petín, pizzero de moto con contrato indefinido, se estrelló contra una farola a la salida de una curva y se ganó una escayola para cada pierna. Aún sin quererlo, se comprometió a hacerle a su amigo el reparto del siguiente fin de semana.

Las salidas de aquel sábado discurrían sin mayor novedad, salva sea la hora que pasó dando vueltas en un polígono industrial para entregar una con doble de anchoas, hasta que le cayó en suerte aquel pedido. Con la idea de terminar la jornada pues la de pepperoni iba destinada al piso que enfrentaba la parte trasera del suyo por el patio de luces, aparcó en la acera y pisó un enorme zurullo, ¡¡ojalá sea de perro!!, al bajarse de la moto. Con el buen agüero en las botas, subió hasta el quinto piso dejando un inconfundible rastro en cada peldaño de aquella interminable escalera.

Después de las inspiraciones de rigor para recuperar el aliento, concentró sus energías en la punta del dedo para llamar sin muchas ganas al timbre de la vivienda. Al abrirse la puerta, Rey tuvo que hacer un esfuerzo mayúsculo para no caer al suelo, pestañeando varias veces para asegurarse que el ser que tenía enfrente era real y no un producto de su imaginación. Frente a él apareció una mujer de una edad indefinible -podría tener cualquiera por encima de treinta y cinco-, de formas rotundas entrevistas bajo la holgada y larga camisa de algodón que era su único atuendo, con la estruendosa cabellera roja más brillante que la espada de Aragorn recién bruñida y unos increíbles ojos verde esmeralda que reían divertidos ante su cara de pasmo.

Cuando volvió a razonar con normalidad, sobresaltado por el golpe de la puerta al cerrarse, la caja de pizza ya no estaba en su mano, su lugar lo había ocupado un billete de diez euros y en el aire había quedado un rastro de jazmín y azahar... Esto último es una licencia poética porque, entre el recuerdo del perro en sus zapatos y los efluvios de la mozzarella y el tomate que impregnaban su uniforme, oler lo que se dice oler, no olía en aquel rellano a nada agradable.

Casi levitando, flotó escaleras abajo, desató la moto, cubrió la escasa distancia hasta su portal entre suspiros y metió el vehículo entre tropezones en la garita del portero de su casa para acabar levitando, ahora hacia arriba, con la intención de salvar los cincuenta escalones, cinco pisos, que le separaban de la covacha a la que llamaba hogar.

Después del impacto que le provocó la dama, Rey empezó a soñarla despierto y a recorrer dormido cada rotonda de aquel cuerpo que apenas lograba imaginar, más por falta de experiencia en la materia del físico femenino, que por falta de ganas o por una ilusoria entrega a los aspectos platónicos de la relación entre hombres y mujeres. Comía poco, dormía a retazos y apenas salía de su piso espiando las horas muertas la ventana de la habitación de la chica que, como una cruel broma del destino, se abría como la tentadora manzana del Paraíso frente a la venta de su propio dormitorio.

La primera necesidad fue ponerle nombre al objeto de sus desvelos y musa de sus ensoñaciones. En las febriles noches de insomnio en las que saltaba como un resorte ante cualquier reflejo luminoso en la ventana de enfrente, imaginó mil y una palabras que pudieran aprehender la esencia de aquel ser casi divino que la vida había colocado en su camino. Todas las desechó porque palidecían sin acercarse siquiera a reflejar la esencia de la amada....

Menos mal que sus vastos conocimientos de lengua élfica vinieron en su socorro. Acabó por llamarla Nátulcien Súrion[1], eso sí, decidido a no compartir jamás con nadie su verdadero significado: Aquella cuyos pechos desafían tozudamente la ley de la gravedad.



[1] Nota del autor: El autor no se hace responsable de la exactitud de la traducción ofrecida. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Una carta de amor


Entró en la habitación cuando estaba oscureciendo y no reparó en la cuartilla doblada que descansaba sobre la mesilla de noche. Colocó la americana en el galán y, al encender la pequeña lámpara, arrastró el papel que acabó abierto en la alfombra. Reconoció de inmediato la apretada letra de su compañera y ese detalle, unido a la ausencia de su esposa a aquella hora, colocó un mal presagio en medio de lo que parecía otro atardecer más. Cuando empezó a leer, la sangre se le congeló en las venas y un escalofrío anidó en su espina dorsal para siempre. La carta decía así:

La verdad, por muchos años que han pasado, nunca aprendí a encabezar una carta. Todos los comienzos me parecen mal y me resultan o demasiado formales o demasiado joviales. Por eso he optado por suprimir el saludo. Como supongo que estarás sorprendido y no quiero dar muchos rodeos -siempre recuerdo que me insistías desde novios "vete al grano, para decir rábanos no hace falta recorrer todo el huerto"- te lo explico muy rápido: me voy olvidando de ti y te estoy dejando de querer porque él ha entrado en mi vida arrasador como un ciclón.

En parte, me recuerda a ti, a nosotros cuando nos enamoramos. Él lo engulle todo, todo lo sobrepasa. No hay antes ni después, solamente el instante que enciende, arde y se consume en un parpadeo. Con él no existe nada más, ni nadie, igual que nosotros nos echamos uno en brazos del otro sin importarnos nada. Todo lo que fuimos, lo que nos quisimos, es capaz de devorarlo y reducirlo a cenizas.

Estoy viendo tu cara de sorpresa en este momento y la forma en la que vuelves atrás una y otra vez pensando que te has saltado algún párrafo. No bromeo, te lo aseguro. Y mucho menos me he vuelto loca. Al contrario, creo que nunca he estado tan lúcida y eso me hace ver con meridiana claridad la realidad y por eso te pido que nos adaptemos juntos a ella. Sabiendo que va a doler y que dejaremos jirones de alma en el alambre de espino que se despliega desde hoy entre nosotros.

Sabes de sobra cuánto te he querido. Sabes que, desde que nos conocimos, el amor que sentía por ti llegó a hacerse doloroso en su intensidad y que todas las horas del día se me hacían cortas para compartirlas contigo. La verdad es que también me he sentido muy querida por ti y aún hoy, casi cuarenta años después de nuestro primer beso, sé que me sigues queriendo con locura. Además, con sinsabores y penas, no hemos tenido una mala vida juntos, porque hemos sido capaces de aprovechar todos los resquicios de felicidad que nos hemos encontrado. Pero lo cierto es que todo aquello se va alejando de mí ante la realidad que vivo ahora.

Ahora. Eso es lo que quiero paladear, ahora. Desde que él llegó a mi vida, tu cariño se ha ido emborronando más y más y todo el amor que nos hemos dado se ha ido aparcando en una calle que ya no tiene salida. Pasan horas sin verte y ni mi acuerdo de ti porque estoy sumida completamente en él y en lo que él me exige. No, no te rías pensando que no tengo edad para esas cosas, porque estas cosas me están pasando. También tienes que tener claro que no hay vuelta atrás. Sabes que me entrego sin reservas y esta vez no va a ser una excepción: todo mi pensamiento, todo mi ser será para él. Es un amante muy exigente y no deja resquicios para que pueda pensar en nada que no sea él y de momento, aún puedo escaparme de su tiranía para sincerarme contigo y recordar juntos algo de lo que hemos vivido y se perderá como lágrimas den la lluvia, que dicen en tu película favorita.

No te voy a engañar asegurándote que todo lo que está pasando no me importa y que me dejo llevar sin más. La vida, a veces, toma caminos que no están en los mapas. Pero todo se acaba aceptando y más lo inevitable. Cada día que pasa soy más suya y menos aquella a la que has amado y que te amaba. Por eso te estoy escribiendo ahora esta carta antes que él, el alzheimer, arrastre por el sumidero de la memoria mis últimas palabras y mis últimos sentimientos. Porque hoy, ahora, aún puedo decirte que te quiero. Mañana tal vez no.

jueves, 11 de octubre de 2012

Sobre si vocación viene de boca

El sábado disfruté de una fantástica representación de teatro. Un plantel de actores soberbio (encabezados por Manuel Galiana, Paca Gabaldón, Lara Dibildos y con un pequeño papel para mi sobrino Óscar Zautúa) nos obsequió con la magnífica trama de Testigo de cargo, basada en la obra homónina de Agatha Christie.

Esta historia me resulta especialmente cercana. La película del mismo título (Billy Wilder, 1957) era una de las pocas que había impresionado a mi padre, que la había visto al poco de su estreno en Buenos Aires; ni que decir tiene que, como buen drama judicial, mi madre siempre ha sentido devoción por ella. 

Con este bagaje, cuando la única TVE de los años 70 la programó, ambos hicieron una excepción a la rígida regla de nada de televisión entre semana y con poco más de doce años degusté con la respiración contenida las casi dos horas en las que la Justicia, la de los ojos vendados, la de verdad, coloca en la balanza la vida de Leonard Vole (Tyrone Power), acusado de un asesinato vil con todas las pruebas en su contra, un testigo de cargo implacable (no quiero dar pistas, porque debéis verla) y un abogado memorable, Sir Wilfrid Roberts, al que Dios, digo Billy Wilder, tuvo el acierto de entregar al talento de Sir Charles Laughton.

Esa noche decidí que quería ser abogado.

Unos pocas años después, conocí a Atticus Finch en Matar un ruiseñor. Mi suerte ya estaba definitivamente echada, para bien o para mal. Tratar a dos de los abogados más perfectos de la historia del cine (Atticus basado en el personaje real del propio padre de la autora), modelos de integridad, de honestidad al servicio de la verdad y de respeto por la Ley y por sus clientes. Generaciones de abogados en muchos países han atribuido a estos dos Letrados su vocación e, incluso, el Colegio de Abogados de Alabama erigió a estatua a Atticus en 1997 en Monroeville. Esto último solamente puede pasar en Estados Unidos, para bien o para mal.

Hoy, muchas muchas lunas después de aquello, tras quince años dedicado a ejercer la abogacía y saborear todo lo bueno y lo malo de esa profesión, me pregunto si son suficientes algunas imágenes idealizadas por el celuloide para fundamentar una decisión de ese calibre. Siempre recuerdo y aún lo repito numerosas veces a mis alumnos, la lapidaria frase de uno de mis profesores: no os engañéis, vocación viene de boca... Quizá deba haber un término medio entre una postura y otra.

A toro pasado, no me arrepiento de la decisión que me llevó a la toga, pero con lo que sé hoy no volvería a hacerlo. Más bien diría que lo que encontré me desencantó, creo que por mi propia incapacidad: la justicia era de letras minúsculas y yo no servía para jugar a eses juego y con esas reglas. Traté de hacerlo lo mejor que sabía, ayudé a toda la gente que pude, pero también me equivoqué y defraudé a otros. Y, desde luego, me quedé muy lejos de los modelos de Sir Roberts y Finch...

Termino con esto de la vocación y las decisiones, con otra reflexión que me asaltó a ayer en mi Centro de Salud. Allí, conocí a una enfermera que se llama Salud y me pregunté (y estuve a punto de hacérselo a ella) si su nombre la habría predestinado para su profesión. Luego pensé que se me iba un poco la cabeza. Me acordé de una compañera de Facultad a la que todo el mundo conocía por Mamen y por un padre y un hijo que fueron clientes que atendían por Falo y Falín. Evidentemente, el nombre no predestina a nada.

Besos para ellas y abrazos para ellos.


viernes, 5 de octubre de 2012

Enseñar aprendiendo

No me puedo resistir a escribir sobre la docencia en el Día Mundial del Docente. La verdad, esto de los días mundiales, tiene su guasa... Que si el de los niños, el de los ancianos, el de la mujer, el inmigrante, los gladiolos, las orcas, el libro o el baile de salón... ¿Y el resto de los días del año? Pues a los niños, los ancianos, la mujer y el inmigrante, que les den las gracias por su colaboración y que los que sufren lo hagan en silencio; a los gladiolos y las orcas que los expongan en jardines y zoológicos; y el libro y el baile de salón que no molesten...

Lo que pasa es que aprovechamos que el Pisuerga pasa por Soria (juro que lo he oído en un programa de televisión), digo Valladolid, y le dedicamos un ratillo a la reflexión sobre la materia del día mundial en cuestión. Y me viene de perlas lo del día del profe, ¡¡pues vaya que sí!!

Los que me conocéis un poco, sabéis que tardé quince años en darme cuenta que la toga que tanto había deseado llevar no era de mi talla y, casi sin darme cuenta, la docencia se convirtió en mi puerta de entrada al mercado laboral. Soy uno de esos casos en los que algo inesperado (y muy traumático al principio), esa puerta que se cierra, me abrió una ventana fantástica.

Han sido casi cinco años dedicado full time a enseñar y que ahora están en paréntesis temporal que espero aprovechar para dedicarme full time a aprender. En años, han sido la tercera parte de los dedicados a la Abogacía, pero han sido capaces de borrar toda la bilis acumulada en los pasillos judiciales y devolverme las ganas de confiar en los demás.

La verdad, mis jefes nunca han sabido lo que he disfrutado en las clases, lo que enriquece como persona enseñar lo poco que uno sabe y absorber como una esponja lo que los alumnos te enseñan. Además, he tenido la suerte de tener pupilos y pupilas (hay que cumplir las leyes de igualdad) de todas las edades: desde los que podían ser mis hijos e hijas hasta, lo prometo, unos pocos que tenían más años que yo. La pluralidad de puntos de vista, de enfoques de vida, las lecciones de esfuerzo y ganas de aprender, el despliegue de talento que he podido disfrutar, ¡¡todo eso es impagable!!

Por todo esto me alegro que hoy sea el Día Mundial.Con la que está cayendo. Me viene a la mente aquella frase famosa que decía que en una guerra, la primera víctima es la verdad y, parafraseándola, diría que en una crisis, la primera víctima es la enseñanza. ¡¡Pobre un país que tiene en su refranero aquello de pasas más hambre que un maestro de escuela!! Cuando se lo dices a un extranjero, simplemente no lo entiende, no hay equivalente a este dicho en otras lenguas...

Desde hace años me he convencido que el deterioro general de la enseñanza reglada a todos los niveles, es parte del desdén que la clase política siente hacia la ciudadanía y parte de una estrategia para "analfabetizar" las conciencias. Un pueblo inculto, poco formado e ignorante, es un pueblo conformista y acomodaticio que piensa que todo lo malo que pasa no tiene remedio. Sí, eso de ¡qué se le va hacer, los españoles somo así! Os recomiendo encarecidamente la lectura de la entrada "El triunfo de los mediocres" en http://davidjimenezblog.com.

Termino ya. Vaya mi homenaje para todos los profesores que compartieron su tiempo y sus saberes conmigo, hasta para aquellos que me enseñaron precisamente cómo no quería yo enseñar. Vaya mi homenaje para todos los que abren su jornada de trabajo con un decíamos ayer... (frase que dijo o no dijo Fray Luis de León al volver varios años después a su cátedra en Salamanca) ante un auditorio más o menos expectante.

Y, como siempre, besos para ellas y abrazos para ellos.

jueves, 4 de octubre de 2012

Sobre la ambición y otras reflexiones

Antes de que mi único lector me reproche lo abandonado que tengo el blog (jejeje, a lo peor no me lee ni él), voy a volcar blanco sobre negro que dicen los puristas, algunas reflexiones que me rondan la neurona los últimos días.

La primera de estas reflexiones tiene como protagonista a un deportista llamado Nikola Karabatic, triste actualidad estos días por asuntos totalmente ajenos al deporte. Voy a centrar a los que no han seguido la noticia. Karabatic es un francés de ascendencia serbocroata (nació en Serbia), jugador de balonmano y, casi con unanimidad, considerado el mejor jugador del mundo de este deporte desde hace unos cuantos años. El "pequeñín" (mide 1,97 y pesa 104 kilos) tiene 28 años, ha sido dos veces campeón de Europa, del mundo y olímpico, amén de un sinfín de títulos de Ligas, Copas, Supercopas y Ligas de Campeones en Francia y Alemania. El año pasado, la biblia del periodismo deportivo, L´Equipe, lo definió como el campeón de campeones. Icono mediático mundial, imagen publicitaria de marcas comerciales punteras, se le calculan unos ingresos anuales de un millón de euros, una auténtica brutalidad para un jugador de balonmano. Tras los JJOO de Pekín, fue nombrado Caballero de la Legión de Honor, la más alta condecoración de la República de Francia.

Con todo este palmarés, el tal Kara (pone el juego de palabras a huevo) ha saltado a los medios estos días porque está detenido junto a otros jugadores de su club actual ¡¡por amañar un partido para ganar en las apuestas!! Vamos a concederle el beneficio de la presunción de inocencia (ha reconocido que apostó, lo que le costará una sanción administrativa, pero niega que participara en el amaño porque no jugó el partido), pero el solo hecho de apostar para ganar unos 20.000 euros revela que el talento que despliega en la cancha no es extensible a su conducta fuera de ella. ¿Qué más quiere esta gente? ¿Nunca se tiene bastante? ¿Veinte mil, doscientos mil o dos millones de euros pagan su foto esposado entrando en una comisaría y un borrón de esta magnitud en una carrera intachable?

Casos como éste saltan todos los días a los medios y me llevan a pensar en todos los que habrá similares y nos pasan desapercibidos. No sé si eso tiene que ver con la ambición, con el ansia de tener más poder, más dinero, más, más y más. Tal vez el error está en que entronizamos a estrellas del deporte, de la canción o de los shows televisivos como si fueran la reencarnación de Gandhi o Luther King. Y no es que no lo sean, sino que son los más ferozmente humanos de todos los humanos, porque son capaces de permitirse todos los caprichos, excentricidades y salidas de tono que se les ocurren.

Quizá para triunfar en estos mundos hace falta esa ambición, esa voracidad que te convierte en insaciable y que te empuja a querer siempre más. Quizá no. Si tuviera esta respuesta, sería que había conseguido hacer la pregunta correcta..., pero no la tengo, como pasa con otras muchas cosas...

P.D.: Antes de despedirme por este folio, comentar que el sábado iré al teatro a disfrutar de una obra que, para bien o para mal, marcó mi vida, Testigo de cargo. Acontecimiento doble, porque disfrutaré de mi sobrino Óscar Zuatúa en el escenario y de una gran historia. Pero eso será materia de otra entrada. Besos para ellas y abrazos para ellos.

lunes, 1 de octubre de 2012

Miro la vida pasar...

Van pasando los días... Pocos o muchos, variará según la percepción más o menos agradable del tiempo que pasa... Hace poco me contaba una amiga que su hijo, cinco añitos la criatura, le había pedido que le explicara el continuo espacio-tiempo, ¡¡rediós!!

Pocos o muchos, decía, los días que veo pasar. Algo más de una semana desde la entrada anterior y la vida sigue igual. ¿Qué es una semana diluida en un mes, un trimestre o un año? Nada, apenas agua entre los dedos.... Pero, ¿qué es una semana sin comer, sin dormir, sin respirar? Pues casi una quimera, un imposible metafísico...

Parece que estoy melancólico hoy. Será el otoño. Será la sensación de examen permanente que tenemos los parados en busca de trabajo. Sí, es muy curioso. Al salir del mercado de trabajo y pelear por volver a entrar, cuando vas enviando currículos y te inscribes en ofertas de trabajo, te sientes examinado, pesado, medido, valorado de manera constante. Y los días que pasan, las llamadas que no llegan y las inscripciones que se caen, van socavando el edificio de tu seguridad: no estoy suficientemente preparado, no doy el perfil, es por la edad, es por mi nivel de croata... De lo que se trata es de construir un perfil de autoestima como el tapiz que tejía Penélope esperando la vuelta de Ulises, pero al revés: la confianza que destejen los días que pasan sin nada, la vuelves a tejer de inmediato, ¡¡cómo sea!!

La verdad, es fácil caer en la autocompasión y dejarse llevar por el huracán de  negatividad que nos envuelve por todos lados. A lo peor los mayas tenían razón y estamos llegando al final de los tiempos. Lo que pasa es que no hemos interpretado correctamente las señales: creo que estamos en una encrucijada de caminos, colectivos e individuales. 

Es momento de tomar decisiones cruciales para uno mismo y para toda la sociedad. ¿Estás en paro? Lo importante es no estar quieto: fórmate, estudia, completa y actualiza tus competencias, utiliza todos los medios que puedas para darte a conocer y mostrar lo que sabes... ¿Y a nuestro alrededor? Hay que decidir si mantener un sistema que se cae a pedazos o derribarlo y construir uno nuevo y diferente. Es tiempo de que todos los que estamos en el barco rememos en una dirección y pedir que se bajen los que no quieren remar o los que van en otra dirección.

La conclusión de hoy, es que no vamos a dejar que nos pueda "la negrura". Las palabras clave son "podemos", "sabemos", "queremos". A un mensaje nefasto, otro luminoso. A una puerta cerrada, mil ventanas que se abren. ¡Ah! Y quiero terminar con una reflexión: oí hace un par de días en un programa de televisión, que no merecía la pena recortar una prebenda de los Diputados, porque apenas supone un millón de euros al año y hay cosas más importantes.... Esto es como lo de los días del principio: un millón entre miles de millones es agua en los bolsillos; pero, con ese millón se paga un sueldo bastante digno a unos treinta o cuarenta maestros, o médicos, o asistentes sociales. Ése el millón que me vale.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Para ir cogiendo forma

Ya pasó el miedo del debut. ¡Qué curioso! Te pones a escribir frente a un folio en blanco (lo he hecho montones de veces), cuentas las cosas que te pasan, lo publicas en la red.... y ¡¡te pones nervioso como un tonto pensando en los que te van a leer!! Reconozco que eso no me ha pasado ni cuando me he lanzado en los balbucientes brazos de la poesía. Pim, pam, pum, poema terminado con mejor o peor suerte y a pasárselo a la peña sin rubor y, lo que es más osado, sin rubor.

Pero ¡creído!, ¿por qué supones que te va a leer alguien? Eso me dice mi gemelo negativo, tan proclive a dar por saco a la menor ocasión... Ignora que el número de lectores no incide en la efectividad del blog. Sea uno, una o legión, la función de limpieza de conciencia, de ver los acontecimientos que me rodean desde la distancia de la escritura, ya está más que conseguida.

Mentiría se dijera que no quiero que me lea nadie. Para nada. Deseo llegar a mucha gente, amigos, conocidos, desconocidos anónimos, sobre todo para recibir sus/vuestros comentarios e intercambiar expectativas, compartir momentos buenos y malos. Ya veremos la forma que va cogiendo este experimento (no, no es un experimento sociológico como "Gran Hermano", donde va a parar...).

En cuanto a la peripecia de la búsqueda del empleo perdido, como en este blog, estoy en los primeros pasos: inscrito en un par de ofertas por internet y con media docena de curriculums de prospección entregados en mano. Pasito a pasito, tacita a tacita, sembrar para recoger, ¡¡tópicos a mansalva!!

¡Qué difícil es mantener una línea de optimismo! Ayer me han contado que un proyecto muy ilusionante con el que llevo en tratos desde hace un par de años, sigue estancado en las arenas movedizas de la política y de los intereses creados. La noticia no es nueva y abunda en lo que ha venido pasando con este asunto desde hace meses y meses. La diferencia es mi situación actual: lo sentí como un bajonazo en mi línea de flotación y me llevó a negras reflexiones sobre mi suerte negra y a un negro regocijo sobre mi estrella negra. Duró poco. Pude con el mal momento y espanté la negrura a gorrazos. Pero mi cuenta de lo vulnerable que soy...

Hoy me he refugiado en la familia y en la cocina. He conseguido unos spaguetti a la carbonara bastante potentes, el primer bizcocho de melocotón ya ha salido del horno y me voy a atrever con otro de piña. Ya os iré pasando recetas.

¡¡Ah!! Y acaba de llegar Eva (la luz que todo lo aclara) y los besos y el abrazo que me ha dado me han hecho saltar las lágrimas. Pero es de alegría y felicidad de compartir el día con ella. Es un regalo de la vida...

jueves, 20 de septiembre de 2012

La primera entrada

¡¡Hay que renovarse o morir!!


Por eso me he decidido a empezar este blog. Ya estoy apoyado en los tres pilares de la sabiduría del siglo XXI 2.0: Facebook, Twitter y Blog. Con estas alforjas, estoy demostrando al mundo que las redes sociales son mi hábitat natural y que no le tengo miedo a nada.

Bueno, la verdad, la verdad.... estoy un poco acoj..., digo acongojado. Solo eso, que precisamente acabo de leer en Twitter una frase memorable de Ibsen: "Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano". Un poco asustadillo ante lo que venga, pero sin dudar de que puedo hacer lo que me proponga... casi.... jeje.

¿De qué os estoy hablando, invisibles pero espero que existentes lectores? Pues de lo que va a ir este ejercicio blogero: de mi devenir diario en busca del trabajo perdido.... Desde el 21 de agosto que mi ex jefa decidió recolocarme en la empresa más grande de España (conocida por las siglas SEPE, "el paro" para entendernos), estoy redecorando mi vida como si hubiera gastado todos mis haberes en la multinacional sueca. Y en ese proceso me he propuesto no renunciar a hacer nada de lo que se me ocurra y sea legal.

Por eso.... preparados.... listos..... ¡¡ya!! Pistoletazo de salida para empezar a compartir en las misteriosas redes lo que vaya aconteciendo:

Hoy. He entregado tres curriculums pasando por las oficinas de distintos centros de formación. En uno me han dado las gracias; en otro me han mirado como las vacas al tren; y en el tercero, ¡¡me han deseado suerte!! Es el que más he agradecido de los tres, porque me ha parecido solidario y sincero.

Y, para empezar, no quiero empacharme de letras. En breve, más cosas.

Besos para ellas y abrazos para ellos.