sábado, 28 de septiembre de 2013

No soy nadie para dar lecciones, pero…

 

Después de meses sin mantener conversación con este mi blog y seguro servidor de mi media docena de amables lectores –hoy me he levantado especialmente optimista-, los sucesos que pasan a mi alrededor me empujan al desahogo del teclado y a provocar el martirio de los que osen adentrarse en la lectura de las ocurrencias que les voy a participar.

Para empeorar más las cosas, mi conocida y no por eso aceptada situación laboral, me ha reconvertido de aspirante a enseñante a practicante del pupilaje, en palabras llanas, de maestro a alumno. He de decir que la nueva situación me resulta casi tan gratificante como la antigua: enseñar y aprender son dos caras de la misma moneda, una no es posible sin la otra. Eso sí, la falta de uso de mis capacidades como docente, va a impregnar el contenido de esta entrada y me empuja a plantear premisas, desarrollar hipótesis y alumbrar conclusiones. Espero no aburriros en exceso.

Me he pasado estas últimas semanas dándole vueltas a por qué somos como somos o, por lo menos, por qué hacemos las cosas que hacemos. ¿Quiénes? Nosotros, los españoles… Intuyo bufidos de desaprobación entre mis incondicionales. Pues anda que éste… Ya va otra sarta de tópicos… Eso no le interesa a nadie… Os pido un poco de cuartelillo.

Con los riesgos que supone generalizar, creo que hay una serie de comportamientos y formas de afrontar lo que pasa que, por habituales, caracterizan eso que podríamos llamar “lo español”. Sin ánimo de dar lecciones ni de provocar enfados, invito a los me hagan el regalo de leerme a reflexionar sobre los puntos que voy a plantear.

Despertando conciencias y atenciones, os diré que creo que la culpa de los defectos que voy a enumerar y que caminan inseparablemente ligados a nosotros la tiene nuestra pasión y afición desaforada por el fútbol. Valga como coartada que, como saben los que me conocen, yo soy el primer aficionado al llamado deporte rey. Tengo el corazón blanco, blanco y el alma merengue, pero trato de huir del forofismo y de la cerril defensa que los hinchas hacen de los suyos. Disfruto con fruición de los éxitos balompédicos de los últimos años, pero reniego de todo el hooliganismo que rodea al balón. Bueno, dejo de divagar y paso a explicarme.

En general, los españoles no valoramos el esfuerzo y el trabajo constante, dejándonos epatar por los fogonazos de improvisación y las soluciones de última hora. Hablamos de todo sin saber de nada, especialmente de aquellas cosas de las que pontificamos con más vehemencia. Habitualmente, afrontamos muy mal la derrota, no sabemos perder, echando la culpa hasta al empedrado. Aquí se respeta poco al que sabe, al que organiza, al que juzga, generalmente desde el desconocimiento más burdo; se apuesta por la individualidad, frente al trabajo en equipo; se buscan los atajos, aplaudiendo a los tramposos que evitan dar una palada de más; la planificación, el ensayo, el conocimiento, son superados en adeptos por los brindis al sol, el dejarlo todo para última hora y el vivir de las rentas; no se respeta al rival, se menosprecian los saberes ajenos, se engrandecen falsas virtudes o se cae de golpe en la absoluta de las miserias… Y me paro, porque si sigo la enumeración, creo que nos vamos a deprimir todos.

Y ahora la relación con el balompié. El forofo del fútbol, a diferencia de los aficionados a otros deportes –si lo pensamos bien, otros deportes no dan apenas hooligans- menosprecia al rival antes del partido, apostando por la goleada que se le va a endosar sea quién sea y tenga los galones que tenga. En general, ignora casi todo de las reglas del juego y le preocupan poco los aspectos tácticos o técnicos de su deporte favorito; si lo comparamos con el seguidor de, por ejemplo, el baloncesto, el hockey sobre patines o el rugby, es un analfabeto deportivo. En cuanto al desarrollo del juego, quizá sobrevalorado por la aparente dificultad de manejar un balón con los pies y teñido por la emoción de resolverse en el último segundo con un gol ilegal, casi todo vale para ganar, sin someter el cómo a un análisis realista que desmonte mitos como el de la agresividad, la pillería o el uso de cualquier artimaña para detener el reloj o el juego. Y acabado el partido, no hay más que dos opciones: ganar o ganar de como sea, porque la derrota siempre se deberá al árbitro comprado por el rival, al inútil del delantero centro que no le da patadas ni a un bote o al torpe del entrador que no distingue el 4-2-3-1 del 4-4-2 o del 4-3-3 …

Como ya he dicho, la comparación con cualquier otro deporte tanto de los llamados minoritarios como de los que arrastran a grandes masas –hay vida después del fútbol- deja en muy mal lugar a los futboleros. Y es fácil trasponer las características enumeradas en el párrafo anterior y casarlas con los defectos hispánicos reflejados más arriba. Pensadlo. No se trata de abominar del fútbol –insisto, ¡me encanta!-, pero sí de aquellos rasgos que van notoriamente de la mano con su contemplación extática y que envilecen al que se presenta con ellos por bandera. Y al argumento fácil de que hay muchos otros países con la misma afición balompédica que no muestran esas mismas querencias hispánicas, la objeción es sencilla: ¡¡nosotros somos Campeones del Mundo!!

Sonreíd y sed felices. Abrazos para ellos y besos para ellos.

Post scriptum

1.- Creo que está próxima mi derrota. Pero aún así, no voy a cejar en el empeño y pienso dar batalla hasta el final de mis parcas fuerzas. Una discusión, una decisión, una postura, una idea, un propósito, un momento, una opinión…. nunca pueden ser puntuales. El siempre sabio DRAE dice: Puntual: 1. Pronto, diligente, exacto en hacer las cosas a su tiempo y sin dilatarlas. 2. Indubitable, cierto. 3. Conforme, conveniente, adecuado. 4. Que llega a un lugar o parte de él a la hora convenida. 5. Perteneciente o relativo al punto. 6. Que se considera como originado o situado en un punto.

En todas las definiciones que he presentado, no aparece concreto, momentáneo, ni nada parecido. Por favor, las palabras significan lo que significan y por el hecho de repetir muchas veces algo más expresado, no se convierte en correcto. Y me vale, perdón por la petulancia, que hoy no pretendía dar lecciones a nadie…

jueves, 13 de junio de 2013

Tiempo de balances

 

A todos nos gusta aprovechar determinadas fechas para repasar acontecimientos, revivir momentos y poner etiquetas de bueno o malo. Quizá nace de esa fijación malsana que sentimos por esa convención tan engañosa a la que llamamos tiempo y sobre la que construimos aniversarios, celebraciones y… cumpleaños. ¡Ah! Antes que se me olvide decirlo por sumergirme en otras piscinas procelosas, mi reciente onomástica no va a provocar el cambio de nombre del blog: así creeré que estoy repitiendo curso hasta que consiga aprobarlo. O que no cumplo. O que se ha parado el reloj. O que…

Vuelvo a los balances. Los últimos doce meses. ¡Uf! Las palabras que me vienen a los dedos nos son muy adecuadas para el público infantil que pueda leerme. Vamos a dejarlo en que ha sido duro, con muchos altibajos emocionales. Eso sí, no más que el de otros y otras a mi alrededor, dentro y fuera de mi entorno y a lo largo y ancho de todo mi pobre país. Lo curioso es que cuando ves en otr@s los síntomas del mal que te ataca periódicamente (falta de confianza, desánimo que ronda la desesperación, sensación de fracaso, malhumor, ganas de abandonar la pelea, etc.), te das más cuenta de lo injusto que se es a veces con uno mismo y encuentras argumentos que te cuesta aplicarte a ti.

Tengo cerca a personas jóvenes, bien preparadas, con todos los argumentos a favor para desarrollar una carrera profesional en cualquier campo que se propongan y las veo languidecer con los pies trabados por días idénticos de los que parece no haber salida. Y como estribillo recurrente, la tentación permanente de quitarse valor, de verse inferior, falto de preparación, de recursos, de experiencia… Como dice el anuncio de la tele, ¡¡error!!

Vamos a cambiar el chip. Vamos a hacer de arietes con los que consideramos nuestros puntos débiles y con ellos derribaremos los muros que nos pongan delante. Demóstenes era tartamudo y recitando con la boca llena de pequeñas piedras, declamando mientras corría cuesta arriba y gritando en medio de la tormenta, llegó a ser uno de los mejores oradores de la Gracias antigua y convirtió su nombre en un símbolo de la elocuencia verbal. Sócrates, futbolista brasileño de leyenda, medía 1,93 metros y calzaba un 37 de pie, lo que provocó que sus primeros entrenadores dudaran de sus capacidades para el fútbol y, a la vez, lo que le convirtió en un virtuoso del balón. Hellen Keller, sorda y ciega, triunfó como escritora. Beethoven siguió componiendo muy limitado por la sordera…

Hay una enseñanza muy sencilla: todos valemos mucho más de lo que pensamos que valemos en los malos momentos. Llora, pide, pelea, ama, corre, crea, sube o baja, pero nunca te infravalores. Tienes muchos años, eso te da experiencia; eres joven, tienes toda la vida por delante. Tienes carencias de formación, ya estás en el camino si eres capaz de reconocerlo, llena tus lagunas con conocimientos. Afortunadamente, la globalización pone en la pantalla de nuestro ordenador caudales de información (idiomas, informática, ciencia, humanidades) ¡¡gratuita!! Es verdad que los malos momentos son malos de verás. Es verdad que, a veces, parece que no vamos a salir del pozo. Saldremos. Lo haremos.

Cada uno de nosotros somos la palanca para mover nuestro mundo. Eso sí, no se puede caer en la autocomplacencia y dejar de lado a los que nos quieren. Hay que apoyarse en ellos. Pedirles ayuda para que porten el candil esos días horriblemente oscuros. Pedirles perdón cuando el desánimo nos vuelve injustos con los que tenemos al lado. Pedirles un abrazo sin rubor. En los malos tiempos que corren, no somos nada sin amor al lado.

Si me pongo a releer lo escrito, veo que mi balance se está convirtiendo en uno de esos libros de autoayuda que nunca leo. Corro el riesgo de sufrir mi propia medicina y que ningun@ de mis pacientes lectores sea capaz de llegar al final de estas reflexiones. Me estaría bien empleado, jajaja. La verdad, a medida que escribía, me iba alejando de la intención inicial de hacer balance, sobre todo porque adolece de un fallo garrafal que pondría los pelos de punta a todos mis profesores de contabilidad: el debe no cuadra con el haber. Tengo tanta buena gente que me quiere y me lo demuestra, que me aguanta los vaivenes del alma, que me sostiene y me tiende la mano para levantarme cada vez que, lo creo sinceramente, no tengo derecho a quejarme. Las cosas podrían ir mejor, es verdad. Pero también podrían ir peor…

En el activo del último año (recuerdo para los no iniciados que me refiero a lo que tengo, a lo positivo) está el disfrute de cada minuto que Eva nos regala. Compartir con ella sus fantasías, sus dudas, sus preguntas permanentes, es un don con el que la vida nos ha querido compensar por los regates que nos había hecho en ese terreno. Y, afortunadamente, los regalos continúan y este momento grisáceo, otros de mis “casi” hijos van a hacerme de nuevo “casi” abuelo (jo, con lo que joven que soy, aún). El milagro de la vida que, por suerte, no cesa de repetirse. Buen presagio. Anticipo de tiempos mejores que desequilibra la balanza en favor de las cosas buenas que da la vida…

Os dejo, por hoy. Besos para ellas y abrazos para ellos.

Post scriptum

1. Algunos lectores han creído que las historias recogidas en la entrada anterior del blog eran ficticias o meros recursos literarios para ilustrar mis comentarios. Por desgracia, las vivencias que se cuentan son verídicas y aún reflejan pálidamente la realidad de aquellos años terribles.

2. ¿Qué pasará con la relación de Tristana y Rey si, de repente, mientras él da vueltas al patio de luces y proclama a voces su recién nacido amor, se presenta en la puerta de su piso Doña María de la Transfiguración Rey de Reyes, a la sazón mamá del muchacho…?

martes, 30 de abril de 2013

No hemos aprendido nada

 

Hace un calor asfixiante, incluso para lo habitual de un mes de julio. En una humilde casa de un pueblecito del norte de España, una mujer asustada y sus muchos hijos intentan dormir a pesar de los estómagos vacíos y los corazones afligidos: el padre acaba de huir a las montañas avisado de intenciones perversas. Una amenaza intuida por el hijo mayor en una conversación descuidada, le salvará la vida.

Desconfiando de tal huida, los bárbaros no cejan en su macabro empeño y al amparo del sopor de la madrugada y del anonimato de la oscuridad, prenden fuego a los cuatro costados de la vivienda, esperando que el fugitivo aparezca entre las llamas. El calor, el miedo y la suerte, hacen que la madre y los hijos reaccionen en sus duermevelas hurtando sus cuerpos a la voracidad de las llamas y contemplando la obra de los valientes entre las lágrimas provocadas por el humo y la rabia. Pasados un par de días, el balance de la razzia es desolador: la propiedad reducida a escombros (casa, pajar, cuadras…), los parcos enseres quemados o inservibles, los animales domésticos muertos y, por si perder lo poco que uno tiene no fuera bastante, la mujer aborta el bebé del que estaba embarazada y uno de los pequeños, de apenas unos meses, acabará muriendo debido a las lesiones provocadas por el humo.

Por desgracia, las alimañas nunca ven saciado su odio. No han pasado ni dos semanas, cuando las fuerzas vivas del pueblo programan una manifestación de adhesión a los sublevados y desagravio a la bandera. Eligen a las esposas o novias de rojos muertos o huidos, les rapan el pelo al cero y las pasean por toda la villa cargando con banderas rojigualdas descomunales. La mujer de nuestra historia, a pesar del peso y de la impotencia, camina erguida en primera fila con su hijo de cinco años prendido de su mano. Al llegar al final del calvario, enjuga las lágrimas del niño y masticando bilis le dice: No llores, que es un orgullo que nos dejen llevar la bandera de España… Solamente muchos años después, el niño entenderá que el alarde de chulería no fue más que un escudo frente a las fieras y un intento exitoso de apartar los ojos de los malditos de su familia. Efectivamente, al menos por un tiempo, las bestias dejaron de molestarlos…

Del otro lado del mapa, al sur, no hace menos calor y el salvajismo también se extiende por la tierra como una marabunta de pestilencia y náusea. Aquí el cuadro que observamos tiene pinceladas diferentes. La casona es enorme, bien amueblada y con una despensa que haría salivar de envidia a la familia del norte. En vez de animales domésticos hay un coche a la puerta y al ajuar no le falta de nada, envuelto en gasas y ropones. Lo único en común son las risas de los niños –vigilados aquí por amas de cría e institutrices- y el temor que se mastica en esos días finales del mes de julio.

En este hogar falta el hermano mayor, preso por facha y católico. Por desgracia, la incertidumbre y la manipulación a su familia sobre su porvenir va a durar muy poco: vilmente asesinado, las turbas enardecidas pasean por el pueblo su cabeza clavada en un palo entre cánticos y vítores que avergonzarían hasta a los animales si tuvieran esa cualidad. Ya puestos, milicianos y milicianas borrachos y armados entran en la casa enardecidos por la valentía de acabar con toda la familia. Sorprenden a los niños en el baño y acaban discutiendo entre ellos divididos por la ignominia de asesinar a los pequeños a sangre fría o dejarlo para una ocasión mejor. Esta vez la moneda cae de cara. Rodeados de muerte, esos niños y niñas vivirán para no olvidar nunca aquella tarde noche, serán expulsados de su hogar y el camino de sus existencias quedará marcado y transformado para siempre…

Seguro que al empezar a leer, muchos habéis pensado, ¡vaya, más de lo mismo! Los que me conocen bien, saben que no suelo hablar de estos temas. Los hechos están ahí, el baño de sangre, las monstruosidades, los abusos. Conocer lo que pasó no quiere decir vivir anclado en ello. Todos los españoles tenemos muertos y maltratados de uno u otro bando e, incluso, de los dos en la misma familia. Un día, allá por los finales de los años setenta, pareció que se cerraban páginas y que se ponían las bases para ir cicatrizando heridas. El tiempo nos ha hecho retroceder.

Estas dos pequeñas historias que he comentado, forman parte de la Historia reciente de mi patria. A mí me llegaron contadas por sus protagonistas, que las vivieron en un momento en el que solamente se debería pensar en hadas y caballeros: el niño de cinco años que caminaba llorando de la mano de su madre rapada –mi padre, mi abuela- y una de las niñas que vio desde una bañera de latón como la muerte pasaba a su lado –mi suegra-. Ni uno ni la otra me transmitieron otra cosa que dolor y un estupor enorme ante lo que les había pasado. No recibí de ellos ni una micra de odio, de afán de revancha. Como no me lo enseñaron, yo no aprendí a odiar a los que piensan diferente o a aquellos que creen en esta o aquella forma de Estado o de Gobierno. Es sí, abomino de los asesinos, de los cobardes, de los que se amparan en la masa o en su poder para causar daño a otro.

Nunca les agradeceré bastante todo lo que me enseñaron, hasta las punzadas de dolor que compartieron conmigo. Pero todavía valoro más las lecciones de vida que recibí de ellos: pudiendo odiar, con motivos más que sobrados para ello, no lo hicieron y no permitieron que los que veníamos detrás lo hiciéramos. Y eso que a aquellos días de negrura, los siguieron otros de oscuridad.

El padre de la familia del norte, acabó su breve escapada detenido y condenado a muerte por rebelde –acusado también de matar al cura del pueblo, que ayudó a su puesta en libertad al escribir al Tribunal Militar para demostrar que estaba vivo-. La generosidad del régimen le perdonó la vida y lo alojó gratis varios años en el Hostal de San Marcos (hoy emblema de la red de Paradores del Estado), amenizados con palizas, sabañones, miseria y simulacros de fusilamiento a la luz de la luna… Simulacros cuando había suerte y los cargadores llevaban balas de fogueo. Cuando llegó la libertad y volvió a casa, los hijos pequeños no le reconocían. El único delito de este hombre fue afiliarse a un sindicato de ferroviarios y verse señalado por la envidia de sus vecinos.

La familia del sur lo perdió todo y emigró a otras tierras para empezar desde el cero absoluto. Perdieron al hijo mayor y todo su patrimonio. Nunca recuperaron ni un mísero céntimo, ello a pesar del triunfo de los que supuestamente eran los suyos. Por el camino quedaron jirones de salud física y mental y un regusto de temor que los supervivientes no perdieron nunca. La parte común de la historia es la envidia, la falta de civismo y la carencia absoluta de respeto por las ideas del otro. En una cruel burla de la vida, el difunto fue asesinado por uno de los que recibían su caridad. Profundamente creyente, repartía la mitad de su sueldo entre los pobres…

Han pasado ¡¡setenta y siete años!! Tristemente, mi país y muchos de mis conciudadanos parece que no aprendieron nada de la sangre y la miseria que arrasó la tierra. Tantos años después se atizan los mismos odios y se emplean los mismos calificativos para violentar al que piensa diferente. Se ponen en las balanzas los sentimientos por unos y otros muertos, se recuperan agravios y se emplea la cabeza para embestir. Cuando veo o leo “reflexiones” tomadas por el afán de revancha, los argumentos del ¡y tú más! y cuando yo tenga la sartén por el mango te daré para el pelo… creo que España y los españoles no tenemos remedio.

Nos está devorando la crisis, atizada por la incompetencia de los que nos mandaron y la estulticia de los que nos mandan. Por primera vez en la historia económica de un país, nietos, hijos y padres comparten un porvenir cantado: el paro. Y las tres generaciones se amparan al cobijo de las magras pensiones de los abuelos. Calles enteras de mi ciudad presentan todos sus negocios cerrados. Sabemos que este año será malo. Y el siguiente también.

Frente a todo esto, no queda más que remar todos en la misma dirección. Los políticos no nos van a sacar del pozo, porque no saben o no quieren hacerlo. Ha de ser la sociedad civil la que empuje, cambiando lo que haya que cambiar (leyes, Constitución), pero no retrocediendo treinta años para cobrar supuestas facturas no pagadas. Y esto es compatible con el respeto a los muertos –a los propios y, lo que más importe, a los ajenos-, el recuerdo y el dolor por el daño que nos causaron o que causamos. Si los que sufrieron el horror en su carne y en su sangre fueron capaces de sobreponerse y avanzar, ¿no vamos a serlo nosotros? Vamos a ponernos de pie y a caminar sabiendo lo que dejamos  atrás, pero mirando siempre para adelante.

Abrazos para ellos y besos para ellas.

viernes, 4 de enero de 2013

Algunas reflexiones pre y post navideñas

Hace demasiado tiempo que no escribo en el blog y eso que salís ganando. Generalmente, eso no es buena señal: por desgracia no es porque tenga o no tenga algo muy interesante que contar, ¡qué más quisiera!, sino relacionado con un estado de ánimo cambiante, muy de Géminis tri o cuatri polar. Y la falta de desahogo blogeril me suele tener meditabajo y cabizbundo...

Tengo que confesar que esta vez hay otra razón que es posible que suene a milonga para dar el cante. La última entrada del blog, hasta ésta que tienes delante de los ojos, desarrolla ¿el episodio final? de la tormentosa relación plasmada en la trilogía al cuadrado "¡Cómo me asombras Rey!". La realidad es que sus dos personajes casi cobraron vida propia y absorbieron por completo mi escasa creatividad, llevándome al sin vivir de elucubrar sobre los caminos a tomar por su siempre asombroso idilio. Como sabéis algun@s, todo empezó casi como un juego y un desigual pulso frente a la exitosa trilogía protagonizada por Cristian Grey, picado por el quijotesco empeño de demostrar a mis amigas admiradoras del pollo pera, que un producto más de andar por casa también podía llegar a sus corazoncitos (o a cualquier otra parte de su anatomía que ellas se propusieran).

Por ese contenido paródico y relacionado con las "Cincuenta sombras..." creo que la historia ha llegado a su fin tal como la he contado. O, que no lo descarto del todo, me meto a fondo a trabajarla e intento hilvanar un relato con todas las consecuencias. No lo tengo muy claro ahora mismo porque, la verdad, no tengo seguridad que dé para mucho más tal como está planteado. Gracias a mis ardientes seguidoras por su fidelidad, ánimos y empujones para llegar a la meta.

Tras este largo introito, voy al contenido que promete el título. Ahí van las reflexiones.

1. A vueltas con el espíritu navideño

Tuve una época en la que era más joven y tonto que ahora (evidente lo primero, más discutible lo segundo), en la que presumía de odiar la Navidad. Por motivos ahora inconfesables, muchos jugábamos al inconformismo despotricando del consumo y de los sentimientos ficticios de estas fechas. ¡Qué ridículo me veo ahora! Los años me han enseñado que lo único importante es lo que damos y recibimos para dentro de nosotros y de los demás. Y que si buscamos la justificación de unos determinados días para decir "te quiero" o para aparcar esta o aquella rencilla, ¡bienvenidos sean! Así que desde hace tiempo ya, no me corto un pelo: ¡ME ENCANTA LA NAVIDAD!

2. Una publicidad para reflexionar

Voy en el coche y oigo:
- Fulanita, ¿Qué tal se presentan estas Navidades?
- Muy bien, hemos conseguido un crédito para los regalos y vamos a pasar una Navidad fantástica.
Alucino. El planteamiento me parece reflejo del mundo en el que vivimos. Un crédito para los regalos... si al menos fuera para comer, lo entendería mejor. Y el anuncio se repetía tropecientas veces al día. ¿A eso se reduce todo? ¿Estamos tan manipulados que pedimos créditos hasta para lo superfluo?

3. El verdadero rescate

Hace meses que estamos oyendo hablar de "rescate", a los bancos, a las cajas, al banco bueno, al banco malo, a tal o cual Comunidad Autónoma, a España, al euro, a Europa. Y la base de todo esto, los ciudadanos de a pie, cada día más emputecidos, empobrecidos y abandonados. Si me fío por mi entorno y amigos de confianza, estamos en niveles de renta de hace seis y ocho años, pero con precios de servicios básicos de ahora, impuestos indirectos desbordados, copagos, tasas, etc.

Mi impresión es que la mal llamada "clase media", amplísima hasta hace no mucho, se diluye como un azucarillo y solamente van quedando los que se ven abocados a revolver en los contenedores al cierre de los supermercados y los encienden puros con billetes de cincuenta euros. Lujo y pobres. Miseria y ricos.

La receta mágica es entregar miles de millones a unos señores, los banqueros, que no son precisamente conocidos por su afán en crear riqueza, empleo, desarrollo. Y hurtarlo al emprendedor, al industrial, al agricultor, al obrero, al enseñante o al investigador. A estos que los den.

Hay miles de ejemplos: familias desahuciadas sin miramientos, empresarios que ven cerradas todas sus opciones de financiación y tienen que cerrar negocios que han aguantado varias generaciones. Con su cultura de me traes una idea y avales y dinero tuyo y yo te doy un crédito, no se crea riqueza, se crean beneficios para ellos que, año tras año, crisis tras crisis, no paran de crecer. Y si las cosas van mal, llega el Gobierno de turno, que les debe favores, dinero y hasta el cargo y les rescata, traducido, coge dinero de todos los currantes y se lo entrega a ellos sin obligación de devolución. Yo de mayor quiero ser banquero.

4. Un mundo de contrastes

Estoy en el ascensor felicitando el año a un contacto de Facebook al que no conozco personalmente. Sube un vecino con el que comparto bloque desde hace veinte años. Cruzamos un par de gruñidos que no tienen traducción al lenguaje humano y yo me sumerjo en la pantalla del Smartphone y él se engancha a la punta de sus zapatos. Con la media neurona que me queda libre, analizo lo absurdo de la situación y me entra una vergüenza propia que no puedo soportar. Guardo el móvil en el momento en el que llegamos a su piso. Le sonrío y de deseo un año fantástico. Se vuelve sorprendido, agradablemente sorprendido y sonriendo también me desea lo mismo... Duda, se para en la puerta y me pregunta por mi mujer. Es la conversación más larga que hemos tenido en veinte años, reuniones de comunidad de vecinos incluidas.

5. En busca del trabajo perdido

El desgaste para los parados, de cualquier edad, es absolutamente brutal. La sensación de examen permanente, la agonía de esperar una respuesta al envío de un curriculum a una oferta de trabajo, el desencanto y el abismo de negrura del rechazo... La verdad, es un proceso tan incomprensible y sin sentido como obtener la cuadratura del círculo. Se publicita un puesto al que solamente le falta una etiqueta con tu nombre, por preparación, experiencia y perfil demandado, eres de los primeros en contestar, te "seleccionan" virtualmente, se caen los candidatos, tú sigues al pie del cañón, se cierra el proceso... y nunca te llaman. Otras veces te rechazan en cero coma dos segundos sin que llegues a saber muy bien por qué. Las más de las veces pasan los meses desde el anuncio y el asunto no se menea ni para bien ni para mal.

Y claro, la autoestima vive en un tiovivo de sensaciones generalmente negativas. Por mucha fortaleza mental que se tenga, el paso de los días, la ausencia de salidas, el cierre de las puertas a las que llamas, actúan como topos minando los cimientos de la confianza.

Desde los llamados "poderes públicos" no ayudan nada. Ni planes de empleo. Ni planes de formación. Ni dios que lo fundó. Solamente prepotencia y sacar pecho ante un dato menos malo que otros y esconder la cabeza bajo el ala si vienen mal dadas. No es humano salir en los medios de comunicación afirmando que lo peor ya ha pasado porque en el mes de las contrataciones temporales de refuerzo ha crecido un empleo que morirá tras el fin de las rebajas. Cuando los que queremos trabajar y no podemos nos contamos por millones, hay que demostrar otra sensibilidad y un especial cuidado con los sentimientos que se hieren. Y menos aún vincular el "éxito" de diciembre con la reforma laboral que ha enviado a cientos de miles a la cola del desempleo. Antes de marear con toneladas con datos me quedo con uno: se han perdido más de quinientos mil empleos en dos mil doce. Puros y duros. Con sus familias detrás. Con sus hipotecas. Con su hacer la compra diaria.

6. Los mayas tenían razón

Creo que el mundo se ha acabado. Por lo menos el mundo que hemos conocido después de la Segunda Guerra Mundial. Un mundo de derechos crecientes (sociales, laborales, etc.), tutelado por Estados que se preocupaban por sus ciudadanos. Con comodidades ganadas con el trabajo y el esfuerzo y seguridades gestionadas en interés del bien común. Un mundo de sueldos decentes, transportes públicos subvencionados, atención médica garantizada, preocupación por la educación y la cultura. El mundo en el que se producen bienes y artículos de primera necesidad en el pueblo o en la ciudad de al lado. Todo esto está muerto y enterrado. Hay que resucitarlo como sea.

Este mundo empezó a finiquitar el día que los que mandan perdieron el contacto con la realidad de sus votantes. ¿Cómo? Auto concediéndose prebendas millonarias y vitalicias que convirtieron la carrera política en una burbuja ajena a los problemas de todos los que peleamos por llegar a fin de mes cada día. Como a ellos les da igual, se pone de moda la palabra "recorte", que se justifica por la deuda, el déficit, Alemania o el Rosario de la Aurora. Pero sus privilegios feudales se mantienen contra viento y marea. Se conocen sus abusos, se publicitan en las redes, pero no pasa nada. Cada noticia que sale es peor que la anterior y salpica por igual a partidos de un lado y de otro. El número de indignados crece, las noticias que se suben al Facebook relativas a la casta de parásitos que nos malgobierna, concitan cientos de miles de comentarios. Pero no pasa nada. Ellos siguen a lo suyo y nosotros a lo nuestro. Unos a mamar y otros a palmar. Así desde que el mundo es mundo.

7. Abrir un proceso constituyente

Entre tanta negatividad, ¿no hay un camino de salida? Creo, modestamente, que sí que lo hay: moverse, asociarse, caminar en la misma dirección, fijar objetivos alcanzables y pelear juntos por ellos. El que no quiera remar, que se baje del barco. A Depardieu no le gusta un determinado impuesto y deja de ser francés y se hace ruso. Pues a tomar ejemplo.

Pienso que España necesita un nuevo marco legal que regule la convivencia entre todos. Y eso se llama Constitución. La actual ha cumplido, con más luces que sombras, con la tarea para la que fue pensada, hacer un tránsito lo más pacífico posible hacia un régimen diferente al que se impuso tras la Guerra Civil. Pero está pasada de moda, anticuada y ya no responde a las necesidades de los tiempos.

¿Cómo lo hacemos? El Gobierno actual dimite y se crea un Gobierno puramente gestor para atender a las decisiones corrientes de ingresos y gastos. Además, se convocan elecciones a seis meses vista para elegir una Cámara constituyente, esto es, cuya única función va a ser aprobar un nuevo texto constitucional. Cada pueblo, cada villa, cada ciudad, articulará medios para que los ciudadanos hagan llegar sus propuestas a los redactores de la Constitución.

Estos representantes no serán diputados como los actuales: para empezar, representarán a sus votantes, a nosotros. Presentarán sus candidaturas nominalmente, en listas abiertas, pudiendo presentarse cualquier ciudadano mayor de dieciocho años. Las circunscripciones electorales se articularán desde las unidades de población más pequeñas (pueblos, barrios, etc.) hasta la mayor (provincia). Y a partir de debates y trabajo serio, el pueblo dota al pueblo de una nueva Constitución. Y, esta vez, cambiaremos para que todo cambie, al contrario de lo que dijo Lampedusa.

8. La noche más hermosa

Estamos en la cuenta atrás para que llegue la noche más hermosa. Hace diecinueve años que mi familia de la Meseta puso en mis manos una varita para convertir una noche y un día especial, en una noche y un día llenos de fantasía, de alegría, de emoción, por resumirlo en una sola palabra: en la noche más mágica.

Para mi la espera de los Reyes tenía su cosilla, su puntito. Cuando descubrí lo que significaba en casa de mi nueva familia y la forma en la que lo vivían del primero al último de la casa, fue como llegar a un mundo absolutamente nuevo. Por unas horas se olvidaba todo lo malo pasado y por venir y la preparación y entrega de los regalos traídos por sus Majestades de Oriente se convertía en un ritual lleno de sentimiento. En estos años he recibido mucho de ellos, en todos los sentidos. Pero el regalo que me hicieron al meterme como partícipe de toda esa magia, es una de las cosas más grandes que siempre llevaré dentro. Gracias desde el corazón.

Besos para ellas y abrazos para ellos.