martes, 20 de noviembre de 2012

¡Cómo me asombras, Rey! (V)

¡Por fin! Después de muchas aventuras, nuestros dos protagonistas se encontraban cara a cara, sin pizzas, tendederos o patios de luces entre ellos. La verdad, el encuentro no pasará a los anales de la historia romántica de la Humanidad: Trista, con las prisas y el susto del desastre intuido en la casa del vecino, se había tirado encima un chándal de propaganda -Ron Negrita es lo que te excita- de color azul eléctrico y que le sobraba por delante, por detrás y por los lados; Rey se adornaba con una camiseta negra que blandía orgullosa el lema No necesito sexo, el Gobierno ya me jode bastante y un boxer de topitos rosas por delante y de trozos de cristal traspasando topitos rojos por detrás. A él, ella le pareció preciosa. A ella, él le pareció un eccehomo.

- Hola, me llamo Tristana, aunque todo el mundo me llama Trista.
- Yo, yo, soy Juan Carlos, pero me llaman siempre por mi apellido, Rey. Hasta mi madre lo hace...

Mal empezamos. Primera vez que nos vemos y ya me está hablando de su madre.... ¡¡Coño, qué hago mentando a mi madre...!!

- He venido a ver si sobrevivías al golpe, jeje. Su sonrisa iluminó el descansillo de la escalera en el mismo momento en que se apagaba la luz comunitaria. Rey notó un perfume a amapolas y madreselvas que se extendía alrededor de Tristana -¿qué nombre más raro, no?-, pero no era más que una ilusión olfativa, porque la vecina de arriba cocinaba una coles de Bruselas que apestaban a todo el vecindario.

- ¿Me vas a invitar a pasar o seguimos hablando a oscuras y con este tufo a repollo de acompañamiento?
- No es repollo, son coles de Bruselas. ¡Dios! Pero qué bobo soy. Perdona, pasa por favor.

Pasaron al pequeño salón, Trista pensando que estaba perdiendo lastimosamente el tiempo y Rey boqueando como un pez al que han sacado súbitamente del estanque. Se quedan unos segundos de pie, mirándose y acaban sonriendo. Él con cara de bobo. Ella con pequeñas chispas en los ojos. 

Ella se sienta mirando divertida a su alrededor. Desorden, folios de papel garabateados por todas partes -desparramados en la alfombra, grapados a las paredes, encima de los muebles- y estanterías llenas de libros desde el suelo al techo, con algún hueco para fotos gigantes de "El Señor de los Anillos".... Hum....¿friki?

Rey se queda de pie, confuso, arrepentido del desorden en el que vive y de los póster de Légolas, Aragorn y demás miembros de la Comunidad del Anillo. Duda si sentarse, invitarla a tomar algo o darle un beso que la deje sin habla. Esto último le pasó una milésima de segundo por la cabeza pero se arrepintió en el mismo instante... Una mujer cómo aquella...

- Si no dejas de mirarme las tetas te pego un guantazo que te vuelvo las orejas. Trista nunca se había caracterizado por su diplomacia.
- Per..per...per..do..na. El apuro que le provocó el momento, la certeza que su amada iba a salir por piernas de su casa y nunca más le permitiría acercarse a él, le provocó un estado cercano a la estupidez momentánea que le llevó a sentarse de golpe en el sillón al lado del sofá en el que estaba Trista.

El coyote cuando se le escapa el correcaminos no aúlla con menos intensidad que el pobre Rey cuando sus nalgas se apoyaron en el sillón y colocaron un poco más dentro de su carne los trozos del cristal de la lámpara que aún formaban parte de su atuendo. Más sangre y el pobre muchacho al borde del desmayo. Inmediatamente Trista se hizo cargo de la situación. Para algo era Jefa de Personal de El Corte Inglés y había pasado todos los cursos de prevención de riesgos laborales. Pidió vendas, agua oxigenada, gasas y yodo, hizo que Rey se tendiera boca abajo en el sofá, le quitó la camisa, le bajó el boxer e inició una cura de urgencia. La verdad, nunca quitarle la ropa a un hombre había tenido menos de erótico.

Aunque, bien mirado y sin dejar de prestar de atención a la cura, el mozo tenía un trasero bien torneado y sorprendentemente !depilado¡ Sin ser un Adonis, Rey tenía un cuerpo atractivo que carecía de músculos al uso -la única tableta de chocolate que había en la casa estaba en el frigorífico- pero que formaba un conjunto armonioso y agradable.

Mientras se remendaba poco a poco su piel -heridas más escandalosas que peligrosas-, el orgullo masculino de nuestro protagonista flotaba en uno de los niveles más bajos de su historia, codeándose con su autoestima. En realidad, solamente el día que su profesora de Inglés le sorprendió dibujando corazones en su cuaderno al lado del nombre ambos había caído tan bajo. Echado en un sofá, medio en pelotas, al lado de la mujer de su vida y con el culo como un queso de gruyere... Y la eterna aspiración de ir al gimnasio una y otra vez abandonada: el período más largo pasado en un centro deportivo eran los seis meses del año pasado, pero se limitaba a las dos horas semanales que le pagaban para instalar el software en los ordenadores de la oficina. Y a sus músculos no les había aprovechado nada.

Después de unas manitas de agua oxigenada, unas pinceladas de yodo y un par de gasas, el ego seguía supurando pero el trasero de rey estaba mucho mejor. A él le permitía sentarse con un poco de dignidad en el borde del sillón y a Trista le había brindado un nuevo punto de vista sobre su desconocido vecino. Punto de vista que mejoraba varios puntos la pobre impresión con la que había comenzado la velada.

A pesar de todo, la situación estaba completamente bloqueada. Aquel tío la sangre de horchata o no se iba a decidir nunca a ofrecerle otra cosa que no fueran miradas de cordero colgado de un gancho por los corvejones o suspiros lánguidos entre miradas furtivas a los puntos calientes de su anatomía... Para más incordio, los ojos de él bizqueaban entre trasero y delantera, precisamente las dos partes de su cuerpo de las que estaba menos satisfecha, por ser un poco generoso en la apreciación. Más bien renegaba constantemente de ellas, más grandes de lo que hubiera deseado, un pelín fuera del canon top model imperante y con una peligrosa tendencia a volver a la madre tierra, esto es, a irse hacia abajo. Si hubiera sabido los deseos y adjetivos que sugerían a su extraño vecino, además de sentirse mucho mejor consigo misma, se habría reído a carcajadas durante varias horas.

Después de unos cuantos minutos de titubeos, Trista se puso el mundo por montera, fijó sus pupilas en las de Rey -que aún se preguntaba si había sufrido una alucinación ya que no eran tan verdes como recordaba- y pronunció una frase que abría una nueva etapa en su relación.

- ¿Es que no vas a acercarte a mí en toda la noche? La habitación se llenó inmediatamente de un penetrante aroma a hierbabuena y azahar que envolvió a Rey como una nube y lo desplazó levitando hasta sentarlo, suavemente que las heridas no estaban cerradas del todo, a escasos centímetros de su amada.

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