Después de meses sin mantener conversación con este mi blog y seguro servidor de mi media docena de amables lectores –hoy me he levantado especialmente optimista-, los sucesos que pasan a mi alrededor me empujan al desahogo del teclado y a provocar el martirio de los que osen adentrarse en la lectura de las ocurrencias que les voy a participar.
Para empeorar más las cosas, mi conocida y no por eso aceptada situación laboral, me ha reconvertido de aspirante a enseñante a practicante del pupilaje, en palabras llanas, de maestro a alumno. He de decir que la nueva situación me resulta casi tan gratificante como la antigua: enseñar y aprender son dos caras de la misma moneda, una no es posible sin la otra. Eso sí, la falta de uso de mis capacidades como docente, va a impregnar el contenido de esta entrada y me empuja a plantear premisas, desarrollar hipótesis y alumbrar conclusiones. Espero no aburriros en exceso.
Me he pasado estas últimas semanas dándole vueltas a por qué somos como somos o, por lo menos, por qué hacemos las cosas que hacemos. ¿Quiénes? Nosotros, los españoles… Intuyo bufidos de desaprobación entre mis incondicionales. Pues anda que éste… Ya va otra sarta de tópicos… Eso no le interesa a nadie… Os pido un poco de cuartelillo.
Con los riesgos que supone generalizar, creo que hay una serie de comportamientos y formas de afrontar lo que pasa que, por habituales, caracterizan eso que podríamos llamar “lo español”. Sin ánimo de dar lecciones ni de provocar enfados, invito a los me hagan el regalo de leerme a reflexionar sobre los puntos que voy a plantear.
Despertando conciencias y atenciones, os diré que creo que la culpa de los defectos que voy a enumerar y que caminan inseparablemente ligados a nosotros la tiene nuestra pasión y afición desaforada por el fútbol. Valga como coartada que, como saben los que me conocen, yo soy el primer aficionado al llamado deporte rey. Tengo el corazón blanco, blanco y el alma merengue, pero trato de huir del forofismo y de la cerril defensa que los hinchas hacen de los suyos. Disfruto con fruición de los éxitos balompédicos de los últimos años, pero reniego de todo el hooliganismo que rodea al balón. Bueno, dejo de divagar y paso a explicarme.
En general, los españoles no valoramos el esfuerzo y el trabajo constante, dejándonos epatar por los fogonazos de improvisación y las soluciones de última hora. Hablamos de todo sin saber de nada, especialmente de aquellas cosas de las que pontificamos con más vehemencia. Habitualmente, afrontamos muy mal la derrota, no sabemos perder, echando la culpa hasta al empedrado. Aquí se respeta poco al que sabe, al que organiza, al que juzga, generalmente desde el desconocimiento más burdo; se apuesta por la individualidad, frente al trabajo en equipo; se buscan los atajos, aplaudiendo a los tramposos que evitan dar una palada de más; la planificación, el ensayo, el conocimiento, son superados en adeptos por los brindis al sol, el dejarlo todo para última hora y el vivir de las rentas; no se respeta al rival, se menosprecian los saberes ajenos, se engrandecen falsas virtudes o se cae de golpe en la absoluta de las miserias… Y me paro, porque si sigo la enumeración, creo que nos vamos a deprimir todos.
Y ahora la relación con el balompié. El forofo del fútbol, a diferencia de los aficionados a otros deportes –si lo pensamos bien, otros deportes no dan apenas hooligans- menosprecia al rival antes del partido, apostando por la goleada que se le va a endosar sea quién sea y tenga los galones que tenga. En general, ignora casi todo de las reglas del juego y le preocupan poco los aspectos tácticos o técnicos de su deporte favorito; si lo comparamos con el seguidor de, por ejemplo, el baloncesto, el hockey sobre patines o el rugby, es un analfabeto deportivo. En cuanto al desarrollo del juego, quizá sobrevalorado por la aparente dificultad de manejar un balón con los pies y teñido por la emoción de resolverse en el último segundo con un gol ilegal, casi todo vale para ganar, sin someter el cómo a un análisis realista que desmonte mitos como el de la agresividad, la pillería o el uso de cualquier artimaña para detener el reloj o el juego. Y acabado el partido, no hay más que dos opciones: ganar o ganar de como sea, porque la derrota siempre se deberá al árbitro comprado por el rival, al inútil del delantero centro que no le da patadas ni a un bote o al torpe del entrador que no distingue el 4-2-3-1 del 4-4-2 o del 4-3-3 …
Como ya he dicho, la comparación con cualquier otro deporte tanto de los llamados minoritarios como de los que arrastran a grandes masas –hay vida después del fútbol- deja en muy mal lugar a los futboleros. Y es fácil trasponer las características enumeradas en el párrafo anterior y casarlas con los defectos hispánicos reflejados más arriba. Pensadlo. No se trata de abominar del fútbol –insisto, ¡me encanta!-, pero sí de aquellos rasgos que van notoriamente de la mano con su contemplación extática y que envilecen al que se presenta con ellos por bandera. Y al argumento fácil de que hay muchos otros países con la misma afición balompédica que no muestran esas mismas querencias hispánicas, la objeción es sencilla: ¡¡nosotros somos Campeones del Mundo!!
Sonreíd y sed felices. Abrazos para ellos y besos para ellos.
Post scriptum
1.- Creo que está próxima mi derrota. Pero aún así, no voy a cejar en el empeño y pienso dar batalla hasta el final de mis parcas fuerzas. Una discusión, una decisión, una postura, una idea, un propósito, un momento, una opinión…. nunca pueden ser puntuales. El siempre sabio DRAE dice: Puntual: 1. Pronto, diligente, exacto en hacer las cosas a su tiempo y sin dilatarlas. 2. Indubitable, cierto. 3. Conforme, conveniente, adecuado. 4. Que llega a un lugar o parte de él a la hora convenida. 5. Perteneciente o relativo al punto. 6. Que se considera como originado o situado en un punto.
En todas las definiciones que he presentado, no aparece concreto, momentáneo, ni nada parecido. Por favor, las palabras significan lo que significan y por el hecho de repetir muchas veces algo más expresado, no se convierte en correcto. Y me vale, perdón por la petulancia, que hoy no pretendía dar lecciones a nadie…