jueves, 13 de junio de 2013

Tiempo de balances

 

A todos nos gusta aprovechar determinadas fechas para repasar acontecimientos, revivir momentos y poner etiquetas de bueno o malo. Quizá nace de esa fijación malsana que sentimos por esa convención tan engañosa a la que llamamos tiempo y sobre la que construimos aniversarios, celebraciones y… cumpleaños. ¡Ah! Antes que se me olvide decirlo por sumergirme en otras piscinas procelosas, mi reciente onomástica no va a provocar el cambio de nombre del blog: así creeré que estoy repitiendo curso hasta que consiga aprobarlo. O que no cumplo. O que se ha parado el reloj. O que…

Vuelvo a los balances. Los últimos doce meses. ¡Uf! Las palabras que me vienen a los dedos nos son muy adecuadas para el público infantil que pueda leerme. Vamos a dejarlo en que ha sido duro, con muchos altibajos emocionales. Eso sí, no más que el de otros y otras a mi alrededor, dentro y fuera de mi entorno y a lo largo y ancho de todo mi pobre país. Lo curioso es que cuando ves en otr@s los síntomas del mal que te ataca periódicamente (falta de confianza, desánimo que ronda la desesperación, sensación de fracaso, malhumor, ganas de abandonar la pelea, etc.), te das más cuenta de lo injusto que se es a veces con uno mismo y encuentras argumentos que te cuesta aplicarte a ti.

Tengo cerca a personas jóvenes, bien preparadas, con todos los argumentos a favor para desarrollar una carrera profesional en cualquier campo que se propongan y las veo languidecer con los pies trabados por días idénticos de los que parece no haber salida. Y como estribillo recurrente, la tentación permanente de quitarse valor, de verse inferior, falto de preparación, de recursos, de experiencia… Como dice el anuncio de la tele, ¡¡error!!

Vamos a cambiar el chip. Vamos a hacer de arietes con los que consideramos nuestros puntos débiles y con ellos derribaremos los muros que nos pongan delante. Demóstenes era tartamudo y recitando con la boca llena de pequeñas piedras, declamando mientras corría cuesta arriba y gritando en medio de la tormenta, llegó a ser uno de los mejores oradores de la Gracias antigua y convirtió su nombre en un símbolo de la elocuencia verbal. Sócrates, futbolista brasileño de leyenda, medía 1,93 metros y calzaba un 37 de pie, lo que provocó que sus primeros entrenadores dudaran de sus capacidades para el fútbol y, a la vez, lo que le convirtió en un virtuoso del balón. Hellen Keller, sorda y ciega, triunfó como escritora. Beethoven siguió componiendo muy limitado por la sordera…

Hay una enseñanza muy sencilla: todos valemos mucho más de lo que pensamos que valemos en los malos momentos. Llora, pide, pelea, ama, corre, crea, sube o baja, pero nunca te infravalores. Tienes muchos años, eso te da experiencia; eres joven, tienes toda la vida por delante. Tienes carencias de formación, ya estás en el camino si eres capaz de reconocerlo, llena tus lagunas con conocimientos. Afortunadamente, la globalización pone en la pantalla de nuestro ordenador caudales de información (idiomas, informática, ciencia, humanidades) ¡¡gratuita!! Es verdad que los malos momentos son malos de verás. Es verdad que, a veces, parece que no vamos a salir del pozo. Saldremos. Lo haremos.

Cada uno de nosotros somos la palanca para mover nuestro mundo. Eso sí, no se puede caer en la autocomplacencia y dejar de lado a los que nos quieren. Hay que apoyarse en ellos. Pedirles ayuda para que porten el candil esos días horriblemente oscuros. Pedirles perdón cuando el desánimo nos vuelve injustos con los que tenemos al lado. Pedirles un abrazo sin rubor. En los malos tiempos que corren, no somos nada sin amor al lado.

Si me pongo a releer lo escrito, veo que mi balance se está convirtiendo en uno de esos libros de autoayuda que nunca leo. Corro el riesgo de sufrir mi propia medicina y que ningun@ de mis pacientes lectores sea capaz de llegar al final de estas reflexiones. Me estaría bien empleado, jajaja. La verdad, a medida que escribía, me iba alejando de la intención inicial de hacer balance, sobre todo porque adolece de un fallo garrafal que pondría los pelos de punta a todos mis profesores de contabilidad: el debe no cuadra con el haber. Tengo tanta buena gente que me quiere y me lo demuestra, que me aguanta los vaivenes del alma, que me sostiene y me tiende la mano para levantarme cada vez que, lo creo sinceramente, no tengo derecho a quejarme. Las cosas podrían ir mejor, es verdad. Pero también podrían ir peor…

En el activo del último año (recuerdo para los no iniciados que me refiero a lo que tengo, a lo positivo) está el disfrute de cada minuto que Eva nos regala. Compartir con ella sus fantasías, sus dudas, sus preguntas permanentes, es un don con el que la vida nos ha querido compensar por los regates que nos había hecho en ese terreno. Y, afortunadamente, los regalos continúan y este momento grisáceo, otros de mis “casi” hijos van a hacerme de nuevo “casi” abuelo (jo, con lo que joven que soy, aún). El milagro de la vida que, por suerte, no cesa de repetirse. Buen presagio. Anticipo de tiempos mejores que desequilibra la balanza en favor de las cosas buenas que da la vida…

Os dejo, por hoy. Besos para ellas y abrazos para ellos.

Post scriptum

1. Algunos lectores han creído que las historias recogidas en la entrada anterior del blog eran ficticias o meros recursos literarios para ilustrar mis comentarios. Por desgracia, las vivencias que se cuentan son verídicas y aún reflejan pálidamente la realidad de aquellos años terribles.

2. ¿Qué pasará con la relación de Tristana y Rey si, de repente, mientras él da vueltas al patio de luces y proclama a voces su recién nacido amor, se presenta en la puerta de su piso Doña María de la Transfiguración Rey de Reyes, a la sazón mamá del muchacho…?